Cuando se reúnen, casual o deliberadamente, personas con muchos años encima, lo normal es empujar el optimismo grupal diciéndose entre sí lo bien que llevan los años unos y otros. Si hubiera por allí alguien realmente joven, en los veintitantos por ejemplo, probablemente solo podrían apreciar una reunión de carcamales mintiéndose descaradamente y sin el más mínimo escrúpulo. Recuerdo una reunión de estas en la que alguien empezó hablando de que los cuarenta de ahora eran los treinta de antes, y acabamos con que los ochenta de ahora eran los setenta de antes. Así de subida era la edad media de la concurrencia. Casi como dice el viejo chiste de mal gusto: la edad media de los tertulios era prácticamente muerto. Al margen del optimismo y el ´wishful thinking´ imprescindible para que los que vamos cumpliendo décadas no nos deprimamos en el intento, lo cierto es que la percepción del paso de los años es bastante diferente en nuestra generación de canosos que en las generaciones pasadas. Una mejor alimentación, unos cuidados médicos mucho más sofisticados, un desgaste físico de menor calibre y un mayor ejercicio neuronal, todo ello por el cambio masivo desde las ocupaciones de tipo manual a las intelectuales, hacen que lleguemos a la madurez, o mejor llamarla directamente senectud, en mucha mejor forma que nuestros padres o nuestros abuelos. The Economist proponía en un artículo reciente encontrar un nuevo nombre para lo que sería esta primera etapa de cierta frescura relativa en las que calzan ya las seis décadas, como desde hace pocos días es mi caso. El articulista afirma, y lo debo creer, que la etapa adolescente es un invento relativamente reciente de la psicosociología. Antes había niños o adultos, pero nada entre medio. Ahora distinguimos incluso entre los preadolescentes y los adolescentes, y entre los jóvenes adultos y los adultos propiamente dicho. Así también deberíamos hablar de los jóvenes seniors y de los viejos seniors. O cualquier cosa que se nos ocurra para que no nos metan a nosotros en el mismo saco que los venerables usuarios de las vacaciones del Imserso o esos descascarillados pobladores de las tenebrosas residencias de la tercera edad. Por los clavos de Cristo, ¡que la fiesta continúe, aunque sea un ratito más!.