Matemática y Literatura son las dos disciplinas a las que he dedicado, y sigo dedicando, mi vida. Son pasiones que por igual me llenan e intento transmitir a mis alumnos. Procuro cada día que entiendan que el camino hacia la construcción de la matemática fue parejo al del lenguaje. Para desarrollar la columna de hoy he revisado multitud de documentos y el que mejor me ha cuadrado es, y de él he tomado prestadas algunas ideas, una conferencia que en el año 2008 pronunció en Fuenlabrada (Madrid) el profesor Ricardo Gómez. La asignatura que la gran mayoría de los estudiantes «odian» es 'Matemática'. A pesar de los muchos esfuerzos por mejorar la didáctica de la misma, ésta sigue siendo la disciplina que más frustraciones y fobias produce y que más rechazos suscita. Es frecuente que muchos personajes de éxito en disciplinas humanísticas reconozcan que las matemáticas fueron su bestia negra en la escuela. Por desgracia hay muchos niños, y esto es especialmente grave en los primeros años de la educación primaria, cuyo único contacto con las matemáticas, o la visión que de ella tienen, son tediosos ejercicios de cálculo desprovistos de significado, o con significados triviales, en los que se pretende automatizar los algoritmos de cálculo. No hay espacio para el debate, la discusión o el juego. Y los juegos matemáticos numéricos, a estas edades, son un desafío para la mente y el desarrollo de una actitud de aprecio por los números. Resolver '2 + 2 = 4' llega un momento en que resulta trivial. Resulta más estimulante plantear ejercicios del tipo: «Imagina una situación en la que dos más dos no son cuatro». Algunos dirán: Ah, pero eso no es matemática? ¡Es literatura! Y, de eso se trata. Desgraciadamente, hay que enseñar mucho en pocos años, no habiendo mucho lugar para «perder el tiempo».

Muchos maestros y profesores, posiblemente a su pesar, olvidan el poder de la palabra, y de la literatura, a la hora de iniciar sus clases. No es lo mismo comenzar una clase diciendo: «Hoy vamos a aprender a dividir», que hacer una presentación más o menos literaria que comience diciendo: «Hoy os voy a presentar un secreto que durante siglos fue más secreto de lo que es hoy la fórmula de la cocacola. Un secreto por el que muchos estudiantes pagaban mucho dinero hace siglos. Algo que evitó muchas pérdidas de tiempo y muchos errores y que además enriqueció a muchas personas y arruinó a otras muchas: el secreto de la división». El número de horas lectivas dedicadas a las matemáticas dentro de los currículos escolares es escaso, pero lo más grave es que las matemáticas están encerradas en si mismas, como si hubiesen nacido de repente y desligadas de la vida y de la cultura. Pienso que la solución no está en incrementar la carga lectiva (al menos, no sólo en eso), sino en dejarlas respirar y ponerlas en contacto con lo que ha sido su desarrollo histórico, en contacto con otras disciplinas y aplicadas a problemas y observaciones reales, y de nuevo ahí entra perspectiva literaria, humanística. La literatura, la narración, la especulación, el juego, la argumentación? deben formar parte de las clases de matemáticas, y para eso se necesita que los profesores lean y que hagan leer. Que no se conformen con los aspectos más utilitaristas de las matemáticas y reduzcan las clases al simple manejo de símbolos desprovistos de significado. Y que se contribuya a romper esa visión esquizofrénica que divide el saber entre 'las letras' y 'las ciencias'. La matemática, en contra de lo que se cree, no es una ciencia opaca ni una herramienta difícil de manejar.

Constituye una manera complementaria de conocer el mundo, en la que números, propiedades, relaciones, probabilidades, homomorfismos, simetrías, indefiniciones y certezas constituyen un añadido literario a otros aspectos visibles desde el análisis y la reflexión humana. Quizás el aspecto utilitarista que se achaca a una sociedad altamente deshumanizada sea la soga que ata a su cuello. Una de las ventajas de la literatura es que no tiene una utilidad práctica. Tratemos de rescatar esa 'no utilidad' para las matemáticas e intentemos que sean una fuente de conocimiento, de placer estético y de disfrute personal. Convencido estoy de que ningún alumno sentirá jamás ningún aprecio por las matemáticas si no ha tenido la oportunidad de emocionarse y de extasiarse ante algún hecho matemático concreto. «Un matemático que no sea en cierto sentido un poeta, nunca será un matemático completo (Weirstrass)».