Si usted vaga entretenido por las páginas del diccionario, lo encontrará poblado de una fauna variopinta de vocablos: limpios y transparentes como las luces del alba, ásperos y desapacibles a semejanza de la mata del espino o embrollados y confusos cual las voces de la jerigonza. Pero entre estos últimos, puede que quede preso en las redes del enigmático ´galimatías´, cuya etimología y significado ahondan en la confusión y la maravilla de lo raro y poco inteligible.

Si unos dicen que su origen se remonta a la disputa medieval de un tal Matías por la propiedad de un gallo, otros que se refiere a José de Arimatea, y los demás que se inspira en las intrincadas razones con que el evangelista Mateo describe la genealogía de Cristo. Lo cierto es que su son largo y un tanto complejo está en consonancia con su decir acerca del discurso enrevesado y oscuro por su lenguaje intrincado y la confusión de sus ideas, casi semejante a «la razón de la sinrazón que a mi razón se hace», que tanto gustaba al hidalgo Alonso Quijano de los libros de caballerías.

Pero si usted es hombre cuidadoso, amigo del buen decir, aplicará también el término a toda jerigonza, guirigay o algarabía expresiva, sea oral o escrita, y llamará además ´galimatías´ a la confusión, desorden, lío, enredo, caos, embrollo, alboroto o barullo que los llanos y poco cuidadosos del decir conocen como ´follaero´.

Que esto del hablar es cuestión de gustos, pues siendo las cosas como son, es la manera de nombrarlas lo que las distingue. Y en esto ´galimatías´ lo deja todo bien claro. O, para ser más precisos, confuso y enrevesado.