Las redes sociales son un nuevo sistema nervioso global que se superpone y suplanta a los mecanismos políticos tradicionales que hasta ahora nos traían de un sitio a otro, de la dictadura a la democracia pasando por la revolución. Ahora, la cosa pública discurre por ahí, enredada y enredándose, sin periodos legislativos ni sobresaltos de octubres rojos ni bastillas para el calor de julio. Cuando Facebook implantó el botón del ´Me gusta´ creó el gran incentivo -nuestro propio ego- y abrió un mercado global de votos instantáneos donde personas e ideas podían cuantificarse y cotizar al alza o a la baja, ofreciendo su intimidad como el único producto intercambiable. Nada volvió a ser lo mismo desde entonces. Por eso cualquier decisión que tomen Facebook y su creador, Mark Zuckerberg, ha de interpretarse como un cambio constitucional. Zuckerberg encabeza la nación más grande y más movilizada del mundo: 2.000 millones de cuentas activas al mes, una cuarta parte de la humanidad. Es el país más fanático que haya existido, donde cada súbdito trabaja diariamente para ser el empleado del día y obtener muchos ´Likes´. Zuckerberg dirige esa nación con lengua de dictador. Hace bien poco la ´misión´ de su empresa era «hacer un mundo más abierto y conectado». Y esto, todos sabemos, se ha traducido en un mundo más encerrado en la fascinación por los propios egos y en una conexión sin filtros con noticias falsas, intoxicaciones injuriosas o la mismísima muerte emitida en tiempo real, como si fuera un inocuo contenido más. Ahora, desde hace unas semanas, Facebook/Zuckerberg proclaman que su ´misión´ es otra: «dar a la gente el poder de construir comunidades y construir un mundo más unido». Con este cambio de dos líneas, el ´tecnodiós´ del siglo XXI abre una nueva era: pasa del trasvase de información a la acción política, se lanza a la conquista del mundo y quiere agruparnos a todos en la lucha final, que es aquella donde sucumbimos para siempre y acabamos comiendo de su mano. O de la mano de sus algoritmos, que nos clasificarán convenientemente, recomendándonos con amabilidad a quien debemos conocer y a quién no. Zuckerberg sabe que las relaciones nos moldean más de lo que pensamos. Por eso no tiene sentido, como se pensó hace unos meses cuando le vieron recorriendo Estados Unidos, sospechar que el creador de Facebook aspira a presentarse a un cargo público. Su reino no es de ese mundo tan antiguo.