Todos tenemos a nuestro alrededor gente con historias que se han forjado tras tomar pequeñas grandes decisiones. Me refiero a esas situaciones de la vida que te sitúan en un momento extraño y que tras devanarte los sesos para poder salir indemne, pues tomas un camino, el mundo te dibuja una sonrisa y te da tu ´final feliz´. En mi caso, el otro día caí en tres personas cercanas que han superado ese trance. Por un lado, la de un amigo, el mejor. En época de instituto se dejó llevar por una relación tóxica -sobre todo por parte de ella- que poca gente entendió, pero que tras una temporada, larga, pasó lo que tenía que pasar. Tras romper con ella, sin dejar siquiera un minuto, movió cielo y tierra para localizar a aquella compañera de trabajo que años atrás había coincidido con él y le había hecho experimentar cosas diferentes. A los pocos años, casados y con una preciosidad de hija. Otro caso, el de un primo. Tras quedar plenamente enamorado de su actual pareja, intentaron tener un niño y por motivos de la naturaleza no fue posible. Miles de tratamientos para que, una vez dejarlos, no sin dolor, la vida les sonriera con una pequeña galerna del cantábrico a modo de chicarrón del norte. Y la última, la de mi hermano. Ha dado tumbos por medio mundo y ha conocido a muchachas que sólo han provocado que sea más fuerte. La vida, y una decisión arriesgadísima, le llevó al otro lado del mundo para encontrar un trabajo a medida y una chica más aún. Ahora, también le ha dado una pequeña joya filipina. Y me pregunto: ¿Habré tomado yo mi pequeña gran decisión ya o sigue pendiente?