Lo fácil que hubiese sido dejarse cautivar por las voces de alguno de estos iconos de la historia de la música en sus años mozos, teniendo en cuenta que, algunos de ellos, incluso entraditos ya en unas cuantas primaveras, siguen teniendo ese fantástico swing, ese rollo, tan propio de los grandes de su género y al que una no puede resistirse. Porque debo confesar que a mí se me enamora por el oído. Tanto por lo que uno tiene que decir, como por el modo de hacerlo. No hay nada que me seduzca más que una buena conversación de la que, en mis mejores sueños, se desprende un hombre interesante y, en el mejor de los casos, una voz sugerente. Pues imaginemos si además esa voz nos canta€ ¡Y cómo cantan!

Les pongo en situación. Cómo no iba a caer una rendida a los pies del grandísimo Elvis, incluso en sus momentos de mayores excesos y rarezas, si en una estampa en blanco y negro te susurra al oído la letra y la melodía de Suspicious Minds, una de mis canciones favoritas, diciendo algo así como que no dejes que algo tan bueno muera. ¿Acaso no oyen esa voz? Esa tremenda que te baila en el estómago después de atravesarte entera. Pocas como la suya para seducir y conquistar. Así que de éste yo hubiera sido blanco fácil.

Pero evidentemente no es el único. El sensual y misterioso poeta canadiense que cantaba a Suzanne y Marianne, bien podría haber incluido una Monique en su lista. Y es que pese a su, en apariencia, ´relativa´ falta de sex-appeal, al enigmático Cohen, según cuentan las malas lenguas, le sobró con un encuentro fugaz en un ascensor para conquistar a la indomable Janis. Al menos por una noche. Una única noche que, también en lo musical, dio para mucho. Cómo decir no a su elegante figura caminando por los estrechos pasillos del Chelsea Hotel que tanto ha hecho por engrandecer las leyendas de las estrellas de la música y por propiciar tórridos y furtivos encuentros entre toda una generación. Lugares míticos que se prestan al romance con esos hombres que te saben hablar, o recitar.

Walking on the wild side (Caminando por el lado salvaje), que cantaba otro grande de la música, Lou Reed, aparece la ruda figura y voz de Tom Waist, el feo más sexy de la historia de rock. Su turbulento existir, su querencia a los problemas, su vida al límite y su numerosos vicios, junto a su ahogada voz y esa dulce mirada, incluso infantil en ocasiones, le convierten en mi absoluta debilidad. El primero entre los favoritos. ¡Siempre me gustaron las causas perdidas, las almas atormentadas y las melenas graciosamente alborotadas! No habría podido negarle una copa sentada al pie de una barra de bar, incluso sabiéndome fácil de enamorar por un hombre que jamás tendrá redención.

A estos podríamos sumar unos cuantos más. Ninguno de ellos especialmente guapo, alto o fuerte. Más bien todo lo contrario, feos, delgados o excesivos, en todo, pero con voces tremendamente sexys y ejemplares de auténticos ´heartbreakers´.