Los que hemos dedicado parte de nuestra vida al debate de competición nos hacemos recurrentemente la misma pregunta. Fondo o forma. Si es más persuasivo el argumento bien construido o la retórica elocuente. Por supuesto no son excluyentes, pero siempre se tiende a preponderar uno sobre otro.

Los debatientes españoles nos hemos curtido en la oratoria del espectáculo, lo que popularmente conocemos como la política del zasca. Somos de los que preferimos una retahíla de falacias bien construidas antes que horas de discurso cargado de argumentos. Por ello, precisamente, la nueva era de la comunicación política se centra en explotar la política del tweet y no la retórica de los clásicos.

En ese sentido el propio Parlamento no es más que la constatación de lo anterior. Somos más capaces de recordar el famoso tractor de Aitor antes que la mejor de las exposiciones de datos. Algo que, por otro lado, en la era de la sobreinformación no deja de ser la tendencia natural.

Por ese motivo la moción de censura a la que hemos asistido estos días era un reto para todos los políticos, particularmente para Podemos y PP. ¿Cómo pueden ser capaces de mantener la atención de los ciudadanos con horas y horas de discursos con un contenido recurrente? Parece que la reiteración de un programa (o de unos ataques hacia el partido de Gobierno) repetidos hasta la saciedad y construidos en tiempo ilimitado no sólo no iban a ser capaces de captar la atención de los españoles, sino que además iban a equilibrar la balanza hacia el lado morado por una mera ventaja cuantitativa respecto al tiempo de intervención.

Siguiendo esa lógica, Podemos presentó su moción de censura para apabullar de titulares ilimitados al PP. La corrupción, la austeridad, los desahucios, los bancos, los rescates, Cataluña. Acusaciones políticas y ataques personales para contentar al electorado más primario, como la mención gratuita a Xavier García Albiol y su campaña de 'Limpiando Badalona', que ha convertido a su ciudad en el municipio catalán más mediático tras la todopoderosa Barcelona. Rajoy, por su parte, en un ejercicio de 'marianismo' parlamentario, intentando demostrar la diferencia que existe entre los buenos oradores, donde no se encuentra, y los grandes parlamentarios, de los que es el paradigma.

Un debate entre los dos extremos en el que ni siquiera Ciudadanos aspiraba a la más mínima notoriedad mediática (y vista la réplica de Pablo Iglesias a Albert Rivera, mal que nos pese, mejor que no la haya tenido).

Y en medio de los grandes partidos, los grandes eslóganes y el debate dicotomizado, llegó Ana. Ana Oramas, la diputada canaria que, por su condición, nunca aspira a generar grandes titulares en prensa nacional, ni a que la política constructiva que produce día a día en la Cámara tenga mayor trascendencia que en las noticias de las islas. Pese a que su trabajo parlamentario sea extraordinario, tal y como afirman sus compañeros de otros grupos políticos, su foco se centra en propuestas a través de las cuales pueda poner a Canarias en un mapa en el que se la considera como la Región más maltratada de España (nos sirve de consuelo, murcianos, que no somos los únicos en la desgracia).

Ana Oramas llegó pudiendo haber hecho una intervención discreta, localista o simplemente de trámite. Sin embargo, decidió brillar. Aprovechó la oportunidad que le brindaba la tribuna para destrozar cuatro horas de argumentación podemita en apenas siete minutos. Les acusó de no tener programa, de hacer un ridículo esperpéntico, de hacerle perder el tiempo a los españoles, de tener un programa político totalitario, de preferir el teatro al trabajo. La diputada canaria de la que jamás escucharemos hablar en las tertulias televisivas se convirtió, de la manera más inesperada posible, en la voz de todos los españoles que creemos que Podemos es la mayor amenaza imaginable para el orden político constitucional.

Y esa brillantez incalculable, además, la demostró sin levantar ni una sola vez la mirada del papel. Sin grandes gestos elocuentes, sin cambiar la postura corporal, sin dirigirse expresamente al adversario. Sin hacer nada de lo que los formadores de oratoria profesional recomendarían en una sesión básica de comunicación parlamentaria.

Ana Oramas, en siete minutos de fondo, hizo más por los españoles que toda la oposición a Podemos junta en casi veinte horas de forma. Y tal vez no volvamos a saber de ella hasta que se vuelva a repetir un ejercicio de semejantes características, y tal vez dentro de unos días ni siquiera recordemos más que su procedencia o su color de pelo y seguramente nos acordaremos de los zasca de un gran partido al otro. Pero, pese a ello, el día 13 de junio de 2017 el nacionalismo canario hizo más por España, por la calidad del debate parlamentario y por la dignidad de todos los que nos sentimos orgullosos de este país y todo lo que representa que todos aquellos que dedicaron a la elocuencia infinitas más horas que a la razón.

Porque, en el fondo, el martes Ana Oramas fuimos todos. Sin titulares para Twitter, sin aspavientos, sin movimiento de brazos, sin miradas furtivas. Gracias, Canarias, por devolverle la dignidad a un Parlamento que cree que en el fondo todo es forma sin saber que, en realidad, en la forma todo es fondo.