En algún lugar leí o he medio inventado que el cuento de El zapatero y los duendes, de los hermanos Grimm, es una metáfora del carácter invisible, y por tanto indoloro, inocuo, de los trabajos más crueles propios del capitalismo. Conocen el cuento: el viejo zapatero se duerme y durante la noche unos duendecillos mágicos le hacen el trabajo. Se trata de esa sensación que tenemos todo el rato de que la ropa que llevamos, la casa que habitamos o la comida que nos sirven en el bar, surgen espontánea y grácilmente de las fuentes mágico-productivas del capitalismo, como si no hubiera detrás de cada bien de consumo la sangre, el sudor y las lágrimas de los trabajadores y trabajadoras que lo han producido para que nosotros lo disfrutemos.

El otro día, gracias al festival Mucho Más Mayo, tuve por fin la oportunidad de ver Edificio España. La interpretación que más escuché en el debate posterior apuntaba a que la película trata sobre la memoria; de cómo la demolición del edificio supone la progresiva aniquilación de la vida, los recuerdos y, a más escala, de un pedazo de Historia de nuestro país. Según esa lectura, Edificio España sería eso que parafraseando a María Mies podemos llamar: escribir contra el olvido. En mi opinión, no obstante, esta interpretación no le hace justicia al film.

Durante toda la película, la cámara apenas sale del edificio, salvo al final, para constatar que su interior ha sido reducido a cenizas. El edificio se cierra cuando se inician los trabajos de remodelación, y se convierte en una cápsula aislada del mundo, una cápsula que invisibiliza, que oculta la realidad, vale decir la verdad, que se desarrolla en su interior. Se cierra al inicio el edificio, y se abre al final, como se abren y se cierran los ojos del zapatero al inicio y al final de su sueño, cuando todo el trabajo está ya hecho.

Si Víctor Moreno, el director del film, no hubiera desentrañado lo que ocurre en esa cápsula, si no nos hubiera mostrado, con la lucidez del sueño, el trabajo, el sudor y el sufrimiento de los protagonistas del film, podríamos pensar, eso, que el trabajo, especialmente los trabajos más cruentos, se hacen solos, y que el capitalismo es una especie de Zeitgeist que lleva a cabo las más fabulosas obras de la Historia, al simple toque mágico de su estela. Víctor Moreno, sin embargo, ha desentrañado esa realidad, y creo que aquí ´desentrañar´ es la palabra exacta, porque durante noventa minutos asistimos al trabajo de cientos de operarios que a golpe de martillo, pico y pala, al modo en que realmente se construye y se reconstruye la Historia, van reduciendo el edificio a su esqueleto. De eso, creo yo, trata la película, de lo que podríamos llamar la otra mano invisible del capitalismo, la de verdad; los cientos de miles de manos invisibilizadas que cada día lo construyen y lo reconstruyen.

Sólo recordamos lo que alguna vez hemos visto. La memoria se erige ya y siempre sobre una exclusión. Y si esta me parece una película fundamental es porque aborda un tema aún más profundo que la memoria. Edificio España no es un álbum de fotos. Lo que vemos allí no es lo que está pasando al olvido; es lo que nunca, o muy pocas veces se ve: el interior de la cápsula mistificadora, la pesadilla que viven los duendecillos mágicos del capitalismo mientras nosotros dormíamos; lo que, de no existir esta película, ni siquiera nunca nadie iba a recordar, lo que ni siquiera nunca nadie iba a poder olvidar.

Post Scriptum. Paradojas, por no decir miserias, de la Historia. Edificio España se hizo tristemente célebre porque en su momento el Banco de Santander, propietario del inmueble, censuró la película y la tuvo bloqueada durante más de un año. Como tal vez sabrán, en el festival Mucho Más Mayo de este año, José López Martínez, el alcalde de Cartagena, también ha tenido la ocurrencia de censurar algunas obras de arte. De modo que, como le ocurriera a la película, esta edición del Mucho Más Mayo corre el peligro de ser recordado por una absurda cacicada. En mi recuerdo queda, no obstante, el enorme trabajo de los hombres y las mujeres que han inundado de arte y cultura las calles de Cartagena durante todo un mes. Los duendes, que siguen trabajando cada noche.