¿Recuerdan a aquel protagonista de un guión de Woody Allen que al oír música de Wagner sentía unas irrefrenables ansias por invadir Polonia? La lectura de los Malavoglia, aquella tremenda novela social de Giovanni Verga que Visconti llevó al cine bajo el nombre de ´la Tierra Tiembla´, dejó en mi tierna juventud un deseo nunca satisfecho de tomar un Palacio de Invierno, el que fuera. Ocurre que en nuestra Murcia, incluso en octubre, hace un calor de narices. Y por más que uno porfíe, ni encuentra palacios invernales, ni clima que acompañe a una revolución como Dios manda. Además, es pensar en San Esteban, ese antiguo colegio jesuita ¡y a uno le entra una cansera!

La forma que toman nuestras ensoñaciones revolucionarias cambian con la edad y con las circunstancias de la historia y sus geografías. A algunos se nos calentó tanto la mollera con esos bonitos afiches de Novecento, de la Libertad Guiando al Pueblo, o de qué se yo, que costó lo suyo entender que no existen bastillas, ni palacios de invierno, que la lucha no es a campo abierto, que esa épica de sacrificio, sangre, sudor y lágrimas es una metáfora más o menos afortunada para fantasear acerca de cómo se instigan los cambios sociales y políticos; al menos los que finalmente cuentan.

El verdadero poder es de naturaleza proteica, imposible de materializar en un momento y lugar determinado. Pertenece al ámbito de lo simbólico. La batalla se da, se gana o se pierde entre esa maraña de valores, prejuicios y construcciones culturales que don Carlos situaba en la superestructura. Hoy atisbamos a entender lo que Gramsci conceptualizó hace casi 100 años como hegemonía. Chantal Mouffe o nuestro joven Iñigo Errejón han hecho un notable esfuerzo para explicarlo. Sin embargo, sin necesidad de sesudos análisis intelectuales, quienes mandan lo intuyeron siempre. Sorprende cómo, incluso en este rincón del sureste español, han sabido gestionar tal hegemonía con ejemplar maestría.

Vivimos en la Región con mayores niveles de precariedad de España, con un nivel de ineficiencia en el gobierno de lo público tan sólo comparable al nivel de incuria, corrupción y chanchuelleo que nos gastamos. Y allí están ellos, con Agua para Todos, banderas azules en las playas y cuatro cosicas más, van tirando y ganando elecciones. Hoy tenemos tan poca agua como siempre, nos hemos cargado el Mar Menor y nuestro futuro está hipotecado por una deuda pública abismal. Además no creo que quince años después queden ni la mitad de aquellos agricultores que vivían de su explotación familiar y a quienes tan sagazmente manipularon. Lo que tenemos son representantes de multinacionales de la agroindustria, junto a algún agrónomo local y una legión de trabajadores del campo, mayormente inmigrantes, en la más absoluta precariedad.

Hegemonía es presentarse como defensores de la entrañable figura del agricultor, la misma que han situado en vías de extinción. Y lograr aún hoy que esa mayoría de la población, ajena a qué ocurre en el día a día del campo, asuma como suyas las demandas de la agroindustria, es de nota. Nos esforzamos por mostrar lo obvio: la dilapidación del dinero público en aeropuertos, autovías inútiles, desaladoras ruinosas o auditorios inacabados; ellos mientras construyen relatos tan simples como efectivos, y siguen gobernando.

El mismo expresidente PAS, su voz, su figura, su afable rostro de redondeados contornos, ejemplifica bien esa hegemonía a la murciana.

Esta misma mañana recibió la citación como investigado en el caso Púnica. ¡Cómo mantiene el tipo! ¡Qué proverbial cuajo ante la cámara! Su estudiado aire bonachón, rostro orondo, verbo pausado y sin estridencias, representaba en el imaginario local a ese buen yerno que anhelan madres y padres. Posiblemente no prometa desatadas pasiones sobre el tálamo nupcial, pero ni falta que le hace eso a la niña.

Se fastidió la cosa y se inventaron a FER. Y FER se pasea ufano por el Mar Menor, se deshace en sonrisas, parabienes y gratitud por doquier. Muchos hubiéramos preferido a un representante curtido de la derecha, de esos de colmillo retorcido. Alguien que nos hiciera hervir la sangre, alguien a quien atacar sin pudor, sin sentir esa miaja de mala consciencia. Pero para ello ya tiene el PP murciano políticos con oficio, de los que no se despeinan cuando fingen indignación, profieren disparates o sueltan mandobles. La función de este chico es otra: agradecer, lucir donaire, buenas maneras y alguna hegemónica lagrimica. FER entraría en esa categoría que mi abuelo conceptualizaba de´cagapoquico´. Y es que todo su ser es tan insoportablemente leve que no se ve la manera de hincarle el diente y salir airosos, sin sombra de culpa.

¡Equilicuá; pura hegemonía murciana! Y encima, a uno es que le entra una cansera...