El cierre del histórico comercio vino a coincidir para mayor melancolía con el inicio del flamante curso escolar, cuando los libros olían a nuevos y en las libretas relucían brillantes sus espirales de alambre.

La última ubicación de la papelería en la plaza Joufré, en el local que luego heredó el Real Casino en su hégira, ya anunciaba sus estertores de muerte. Todo era distinto y en realidad uno no sabía bien a qué mostrador dirigirse en un mundo acaparado por la informática, acostumbrados como estábamos al Nogués de la calle Platería. Hizo bien el premio Nobel Camilo José Cela en recomendar en su día a don José García Sánchez que escribiera la reseña histórica de la empresa, que se editó en 1983. El paso del tiempo es inexorable y difícilmente asumible, a no ser que de vez en cuando echemos la vista atrás. Y como acontece con Nogués, volvamos a respirar aquellos olores a goma de borrar, madera de lapiceros, papel impecable, cuero de carteras y goma arábiga. Volver a husmear entre las vitrinas donde se exhibían las estilográficas de lujo, pisapapeles y escribanías. Observar con curiosidad a través de los cristales el puesto de mando (como si de un controlador de vuelo en su torre se tratara) a don José, digno sucesor de don Pablo Nogués Clerch, el fundador de la razón social que llegó desde la catalana Reus, aunque no existiera el parentesco, pero sí la fuerza del trabajo y el agradecimiento intemporal de quien supo recoger el legado de sus antecesores. Una historia mercantil que se inició en 1818 en el palacio de los Celdranes de Trapería y que convierte la Reseña Histórica que realizara don José García en su día, en todo un tratado del acontecer de la tradicional y sufrida empresa murciana que abasteció con las armas de la cultura a generaciones de murcianos. La Librería General, Aula, la imprenta Guirao, la Librería Almela, la Librería Católica e incluso Estilográficas López con su señero rótulo, forman parte de la pequeña y particular historia cotidiana de cada uno de sus clientes. Un sello de caucho: los tampones del ´Debe´ y el ´Haber´, el ansiado ´Pagado´; la plumilla corona o el plumier, son testigos mudos de una evolución. El rito familiar y entrañable del forrado de los libros, uniforme didáctico en papel azul que envolvía aquellos manuales que nos acompañarían en los avatares de cada curso académico. Terminado impecable que alcanzaba su cénit al dar el lengüetazo a la etiqueta encolada, la misma que lucía en ostentosa caligrafía el nombre de cada asignatura irán unidos para siempre al nombre de Nogués.

Desapareció la imprenta-papelería que supo recoger la sabiduría, el anecdotario, la crónica o el arte que creó la intelectualidad murciana de toda una época. Promotora de premios literarios, de carteles y soflamas que dieron vida y color a la Murcia de otros días.

Habrá que volver a buscar con entrañable sentimiento el catálogo de participaciones de boda, de recordatorios de Comunión o de defunción, de tarjetas de visita, que la cortesía y el protocolo imponían y exigían la visita obligada al viejo establecimiento murciano.

Tengo en la memoria la lluvia de una tarde de invierno: el trato familiar, el serrín y el paragüero con el que Casa Nogués recibía a un joven aprendiz de dibujante. Allí, mimaban la cartulina y el papel vegetal recién cortados. La tinta china manaba nerviosa por cumplir su función y, la idea, se hubiera quedado tan solo en idea, sin aquellos materiales, sin aquel ambiente sosegado que propiciaba una Murcia provinciana que se marchó y que dio paso a otra renovada y de claro destino en el futuro.

Le daremos la razón a Camilo José Cela, cuando le dijo a don José García Sánchez: «¡No se muera sin hacer sus memorias!». Y don José, que estará sentado, corrigiendo tal vez galeradas de algún nuevo libro celestial, pensará que hizo bien en dejarnos su reseña; sobre todo ahora, cuando todo quedó en mera anécdota histórica, como referente del comercio de una época de Murcia que ya se fue.