"La FAD tiene una noticia mala y una peor. La mala: más de 480.000 menores se han emborrachado en el último mes. La peor: que todos pensamos que esto no va con nosotros". Este texto pertenece a la última, y acertada, campaña de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción en contra del alcoholismo juvenil.

La dirección general de Tráfico, por su parte, ha incorporado la realidad virtual en un esfuerzo más por frenar las escalofriantes cifras de vidas segadas en las carreteras españolas. Día a día, semana a semana, mes a mes y año a año se nos ofrecen todo tipo de balances en torno a la siniestralidad en el tráfico. La información fluye con un fin claro: reducir la mortalidad.

Y no es necesario rebuscar demasiado en la memoria para recordar otro tipo de campañas, todas ellas con fines más que justificados, encaminadas a acabar con grandes lacras de la sociedad en la que vivimos: contra la violencia machista, contra el acoso escolar, contra los embarazos no deseados, contra el abandono de mascotas...

Pero muchas, muchas vueltas tendremos que darle a la cabeza si pretendemos encontrar una sola acción de concienciación financiada y dirigida a frenar el índice de suicidios. Y no parece que el asunto sea intrascendente. Es de sobra conocido que año tras año, el suicidio es en España la primera causa de muerte no natural, muy por encima de los accidentes de tráfico o los crímenes.

Sin embargo, parece ser un temá tabú; mejor no hablar; cubrámoslo con un manto de silencio. Esta misma semana hemos conocido el caso de dos niñas que fueron descubiertas el pasado viernes cuando planeaban quitarse la vida en Molina de Segura. No se hizo público, sin embargo, que solo unos días antes, a principios de este mes, los servicios de emergencias sanitarias tuvieron que atender a otras dos adolescentes de trece años halladas juntas con varios cortes en las muñecas. Una amiga alertó de que ´jugaban´ al perverso reto de La Ballena Azul. En solo dos días de esta misma semana, el 112 recibió hasta cuatro alertas de menores que pretendían quitarse la vida. Pero, ante esto, silencio.

Un silencio que se quiere justificar con estudios realizados hace algo más de cuarenta años, cuando se instauró el llamado efecto Werther, efecto llamada, o efecto contagio. Tales investigaciones concluyeron que diversas noticias sobre el suicidio podían animar a otras personas a tomar la decisión de acabar con su vida. No se tiene en cuenta, sin embargo, que dichas investigaciones se centraron sobre todo en la muerte de determinados iconos que eran consideradas líderes para un amplio sector de la sociedad. Algo así ocurrió con Marilyn Monroe o, mucho más tarde, con Kurt Cobain. De ahí que organismos internacionales sanitarios recomendaran a los medios de comunicación ciertas pautas a la hora de abordar este espinoso y doloroso asunto, incidiendo ante todo en que las informaciones no sugirieran de modo alguno que la decisión tomada por el suicida fuera correcta, sino todo lo contrario.

A partir de ahí autoridades y medios de comunicación se erigieron en adalides de la responsabilidad social y edificaron el muro de silencio que ha crecido hasta ahora. El suicidio se convierte entonces en palabra prohibida. Mientras tanto, los casos aumentan hasta hacer de él la primera causa de muerte no natural. Nos conformamos, sin embargo, con alguna estadística, algún mero balance anual que nos echa de bruces contra la realidad. Pero permanecemos callados.

Psicólogos y asociaciones sin ánimo de lucro empiezan a levantar la voz. Es necesario sacar a la luz esta tragedia diaria. Es necesario ayudar. Pero sus voces vuelven a perderse en ese espeso silencio construido precisamente con la finalidad de no incitar al suicidio. Mientras, las víctimas reales de este drama, muchas de ellas menores, se encuentran solas, sin saber a dónde ir, sin una mano ni un apoyo. Y más preocupante todavía, en la sociedad digital que nos envuelve hay quien busca recursos en un mundo de páginas web donde surgen experimentos tan macabros como el citado ´juego´ de la ballena.

Autoridades y medios se lavan las manos. Mejor no hablar. Es lo más responsable, ignorando que hay una noticia muy mala: miles de personas, muchas de ellas casi niños, intentan cada año quitarse la vida en España. Y lo doloroso es que muchas lo consiguen. Pero aún hay otra noticia peor: pensamos que esto no va con nosotros.