Por entonces, el año mítico del 92 del siglo pasado, era Honorable por la titularidad de su cargo de presidente de la Generalitat de Cataluña y también en apariencia porque no se sabía, por aquel tiempo triunfante, del amasijo de dinero que don Jordi Pujol, a quién me estoy refiriendo, llevaba en los caminos bancarios familiares. Su nuera no había cantado todavía la Traviata ni nos había hecho saber al resto del mundo de los viajes turísticos a una Andorra feliz de saludarles con frecuencia para ponerles la cartilla al día. Debieron ser los primigenios momentos del fantástico 3%.

Cuentan que un día de aquellos previos al gran evento de la Expo, el Honorable oficial catalán llegaba con un retraso de dos horas a una reunión de presidentes del resto de las autonomías españolas con los directores de los pabellones que habrían de representar a todo el país. Y lo hacía como era y es habitual en él, con gesto agrio y esa leve inclinación de la cabeza que no se sabe bien que significa de cara al prójimo con quien se encuentra. El caso es que el tole tole que el honorable llevaba en la cabeza para aquella reunión no era otro que el de arrinconar a un joven, en aquel año, Marcos Salvador Romera, encargado de llevar adelante el proyecto murciano de la Exposición Universal para, con mal aire y peor humor, reprochar a nuestro representante: «No sé como a los murcianos no les da vergüenza decir que Isaac Peral inventó el submarino, y llevarlo a Sevilla, cuando todos sabemos que fue el catalán Narciso Monturiol quien lo inventó».

Por supuesto que ningún murciano de aquel tiempo ni de este se avergüenza de Isaac Peral (todo lo contrario), al que sabemos inventor del submarino con todas las pruebas técnicas a su favor ante los estudios previos de escasos resultados de Monturiol. La historia de la navegación submarina está ahí y no es ese el debate de este artículo. Además, ya tuvo bastante Peral en su tiempo con la ingratitud de sus contemporáneos y del ministerio español de la Guerra, que lo puso al borde de la desesperación. El cartagenero Peral está en las páginas célebres de la invención técnica, y nosotros, paisanos más cercano o menos, tan orgullosos de él y de su invento.

Estas líneas tienen otro interés y referencia e inciden en aquella afirmación de desvergüenza que nos achacaba a los murcianos tan gratuitamente el señor Pujol. Es ahora cuando murcianos y españoles de bien nos avergonzamos de la conducta de aquel que fuera honorable y que hace tiempo dejó de serlo, junto a su familia y a su esposa, esa falsa madre superiora que maneja millones de dudosa procedencia como misales.

Tome nota el exhonorable oficial y oficioso, de nuestro rubor máximo ante su ambiciosa existencia, ante su desvergüenza y descaro multimillonario. Un tipo que en vez de procurarse una vida de pensionista de bien ha preferido ser un bandido de los Pirineos, que siempre le echaron la culpa a los de Sierra Morena, y con la diferencia de que de sus robos los pobres del norte no han visto un euro.

Y él, hoy, tan libre como los pájaros.