Una evidencia parece derivarse de la lectura del resultado de las primarias del PSOE: la división entre la militancia y el aparato. Y, dado que por aparato puede entenderse el conjunto formado por notables y cargos públicos y de representación (presidentes de Comunidades autónomas y diputados), resulta también evidente que al secretario general electo, Pedro Sánchez, no le espera una tarea fácil.

En el PSOE se alardea de democracia, incluso de dar lecciones de democracia a los demás partidos; sin embargo, la democracia no consiste solo en los procedimientos sino en la digestión de los resultados que se deriven de los mismos y, a las pruebas me remito, el PSOE tiene muy malas digestiones.

Una prueba más de esas malas digestiones fueron las palabras de la candidata derrotada, la elegida por el aparato y la mimada por los medios de comunicación, Susana Díaz, en su comparecencia en la noche del domingo, después de conocerse la victoria contundente del rival cuyo derrocamiento ella capitaneó.

En el breve discurso de Susana Díaz hubo un insulto a la militancia y una declaración de guerra al candidato ganador. Apeló a un voto de calidad, el de los andaluces, los únicos que le han dado la mayoría porque, al estar cerca de ella, sí que saben lo que es llevar a la práctica políticas de la socialdemocracia. Al hacerlo, no solo descalificaba, por ignorante, a la militancia que no la ha votado, sino que también descalificaba a sus compañeros del PSOE, presidentes de autonomías, en las que el voto ha ido para Pedro Sánchez. En segundo lugar, sus palabras fueron un aviso de que ha perdido una batalla, pero no la guerra que continuará desde su atrincheramiento en el feudo andaluz en el que se sabe invencible.

Junto con Susana Díaz, los notables del PSOE parecen seguir en guerra contra su militancia y dispuestos a destruir el partido por completo. Llevan tiempo intentándolo y ahora, en medio del panorama general de caída libre de la socialdemocracia, seguramente lo conseguirán, pero no creo que les importe siempre que puedan culpar de ello a Pedro Sánchez y echarlo a patadas.

El triunfo de Pedro Sánchez (¿tener como siglas PS lo predestina?) se ha vivido como el renacimiento de una ilusión, la de que en un futuro no muy lejano pueda haber un Gobierno de izquierdas que nos libre de la infección que el PP supone para la vida pública. Ahora, mucha gente mira con envidia y esperanza hacia Portugal y no solo porque haya ganado y dignificado Eurovisión. Portugal siempre nos ha ido por delante, lo fue con la Revolución de los Claveles y va por delante en la actualidad con políticas de una coalición de Gobierno compuesta por partidos de izquierdas. Esa gente que se ha ilusionado, piensa que aquí podríamos llegar a un acuerdo semejante. Yo no soy tan optimista.

La socialdemocracia ha sido la cara amable, el rostro humano del capitalismo, pero hoy, cuando el capitalismo se ha quitado la máscara, la socialdemocracia ha perdido su función y es solo una piel vacía. Esto quiere decir que o se da un baño de realidad o no sobrevivirá. Darse un baño de realidad implica salir de él purificado, despojado de soberbias y de pretensiones que hoy no solo son irrealizables sino ridículas y, en consecuencia, reconocerse humildemente como una más entre las opciones de políticas decentes, dispuesta a llegar a acuerdos corales.

De momento, no parece que la orientación sea esa, ni siquiera en la corriente de Pedro Sánchez. El domingo, alguno de sus colaboradores reiteraba su negativa a sumarse a la moción de censura de Unidos Podemos con un argumento de la fábrica PSOE: le corresponde a éste tomar la iniciativa. Tampoco ellos se han enterado de que ese tiempo ha pasado.

Mientras en el PSOE no se tome conciencia de que la crisis de la socialdemocracia no es pasajera y de que, en España, a esa crisis, se le suma el problema territorial que ha terminado con el depósito de votos que lo mantenía como opción ganadora, no se dará el baño de humildad necesario para estar en condiciones de contribuir a rescatar a la ciudadanía del zulo en el que está secuestrada. Así nos va.