Mi cuñado (uno de ellos, ya que tengo once en la familia, entre cuñados y concuñados), conoció al típico ´hillbilly´, lo que podríamos llamar un paleto de las montañas, mientras que hacía cola en las oficinas de un organismo oficial de Oklahoma, ciudad en la que vivió expatriado trabajando durante algunos años para su empresa, una multinacional americana. Contra todo pronóstico, trabó amista con aquel americano, al que algún tiempo después recibió en su casa de Becerril de la Sierra.

Fueron días un tanto extraños, me contaba mi cuñado. El americano en cuestión se negaba a salir de la casa («no soy una persona de exterior», repetía como justificación de sus reiteradas negativas en su inglés norteamericano con un fuerte acento sureño) y rechazó una tras otra cualquier oferta de excursión lúdica, gastronómica o meramente turística.

Había viajado acompañando el viaje escolar de una de sus hijas y la esperó pacientemente durante una semana entera hasta que los escolares en cuestión tomaron el avión en Madrid de vuelta a Oklahoma. Y no solo es que se negara a salir de la urbanización, sino que prácticamente solo se alimentaba de filetes de buey a la plancha. Días extraños, como digo.

Y es que cuando miramos a los países desarrollados de cultura anglosajona, con un nivel de vida, una renta per cápita y un producto interior bruto muy por encima del nuestro y de la media planetaria en general, pensamos que son países llenos de gente culta, leída y avanzada. Para empezar, nos da mucho respeto que todos hablen en inglés, una extraordinaria habilidad que al 99% de los miembros de mi generación se nos resiste por mucho que lo intentemos una y otra vez cada año nuevo. El que la inmensa mayoría de ingleses y americanos ni por asomo hablen ningún otro idioma, no quita el más mínimo mérito a su admirable capacidad para dominar el intrincado idioma de Shakespeare.

2016, para nuestra sorpresa, ha sido sin embargo el año en que hemos descubierto que Inglaterra y Estados Unidos están habitados predominantemente por unos paletos de tomo y lomo, que se han impuesto electoralmente a sus compatriotas más cultos, los listillos de Harvard y Oxford, dejándonos completamente descolocados a todos aquellos que profesábamos una admiración ferviente por la cultura y el pueblo anglosajón. Y es que, como descubrió mi cuñado al inicio de esta historia, hay muchos americanos, y también muchos ingleses, de los que se puede predicar una paletez inmensa sin temor a exagerar. Vamos, que nuestro Paco Martínez Soria era un catedrático emérito comparado con ellos.

Los paletos americanos se concentran geográficamente en el Medio Oeste en esos pueblos pequeños de una sola calle, que quedan tan bien retratados en películas como ´La última película´, valga la redundancia. Y también hay mucho paleto en el sur profundo, en el que las niñas corren el riesgo cierto de llevarse un par de ostias el día en que les baja la regla por primera vez, por aquello del cuerpo impuro de la mujer que ofende a Dios por el mero atisbo de su sexualidad.

Pero el núcleo de los paletos por antonomasia norteamericanos es por definición los montes Apalaches, repleto de pequeñas comunidades de montañeses incultos y masticadores de tabaco que viven gracias a las ayudas de un gobierno federal, al que por otra parte odian con toda su alma. Hace unos meses leí una noticia sobre una de estos paletos de las montañas, que mantenía en casa y sin escolarizar a un niño de doce años con el fin de recibir la subvención que otorgan a las familias de niños retrasados. Estos pueblos, cuya única economía productiva ha estado ligada tradicionalmente a la explotación de minas de carbón, estaban condenados a desaparecer con una presidenta como Hillary Clinton y, por tanto, votaron masivamente por Donald Trump, que les ha prometido resucitar la industria carbonera. Es que son paletos, pero no tontos.

¿Y qué decir de los paletos británicos? Todavía recuerdo una madrugada en la que me despertó en Londres el novio de otra de mis cuñadas, que reside allí, porque no podía contener la emoción y la tristeza ante la muerte repentina de la princesa Diana. ¡Vaya un notición para despertarte a las tres de la mañana!. Todos esos descerebrados admiradores de la princesa del pueblo, paletos de provincias, son los que han sacado a Gran Bretaña de Europa, la única esperanza que les quedaba de convertirse en una sociedad de gente normal, que con el tiempo suficiente y la presión oportuna de Bruselas hubieran acabado conduciendo sus coches por el lado correcto de la carretera.

Menos mal que los listillos franceses -a partir del pasado domingo, el pueblo soberano donde todos los liberales europeos hemos depositado nuestras esperanzas de un futuro mejor- han demostrado su cultura y su inteligencia derrotando estrepitosamente a los paletos cabreados del Frente Nacional, y a su versión equivalente en la extrema izquierda. Por cierto, en alguna biografía he leído que el tal Melenchón tiene orígenes murcianos. ¿Tendrá algo que ver con el jugador del Cartagena FC de mi infancia del mismo apellido?. Nada mejor que tener una tribuna pública en el periódico de tu Comunidad para preguntar por lo que no sabes