Viendo el espacio dispuesto en los Imprescindibles de La 2 sobre ese volcán con encanto a raudales llamado Martirio me topé con el testimonio sobre imágenes de cuarenta años atrás de Inés Romero, componente del grupo Jarcha, periodista y compañera de facu con la que, en medio de exámenes, me acerqué el 11 de junio del 77 a Carabanchel para asistir a la clase magistral, disfrazada de mitin, de Tierno Galván en la campaña electoral que, tras la cosa tomatosa, abrió el ciclo más estable de nuestra historia teniendo en cuenta el adeene. Entre el aluvión de reflexiones y razonamientos con los que mantuvo la boca abierta a los sesenta mil hambrientos de nuevos tiempos, se coló una sentencia: «Sólo se gobierna bien si existe un Gobierno de ideales». Aquel hombre, que había hecho frente desde las aulas al régimen con sus exposiciones, podía permitirse el lujo de seguir siendo el teórico que siempre fue porque, de entrada, jamás pensó que fuese a gobernar ni una ciudad. Ya por entonces las relaciones del pesoe con el resto de formaciones izquierdosas andaba lejos de contemplar la generosidad, mucho menos después de relanzarse con la fuerza que despegó. Tanto es así que pese a que la buena dialéctica para el viejo profesor es «aquella que deja que el pensamiento del otro no se interrumpa y que le permite, sin notarlo, ir tomando la buena dirección», Tierno acabó claudicando a los designios de poderío imperante. Eso sí, le quedó espacio para sincretizar la idea en que «hay que respetar a los de derechas y convencerlos de que están equivocados». Y ahí quería llegar. A que a día de hoy, de entre los que nos representan, ¿quiénes no están equivocados? Los emergentes desenfocan demasiado para tantos humos y los cariacontecidos socialistas han dejado ver de sobra las costuras, aunque el proceso en el que se debaten lo han abocado a tal ejercicio de sinceridad que se agradece. Pero, ¿y los que llevan el timón gobernante? Enfangados hasta el cuello, siguen igual que si no ensuciaran. En fin, como para pedir clases magistrales.