Richard Nixon le obsesionaba tanto la ´inteligencia política´ que creó su propia brigada secreta de ladrones y fisgones. Ello acarreó el Watergate. Aquel maldito tramposo le pedía constantemente a Edgar J. Hoover, director del FBI, que hiciera el trabajo sucio de espiar y de vigilar, y cuando la actividad desplegada por este le resultaba insuficiente tenía a sus propios fontaneros dispuestos a todo.

Los inquilinos de la Casa Blanca nunca han aceptado del Buró Federal deInvestigaciones la intromisión en su esfera más allá de la conveniencia del presidente de turno. Por ese motivo, muchas veces en diversos momentos de la historia se han producido roces y desafecciones. La dilatada etapa de Hoover al frente de la Oficina sirve de ejemplo de la complicada relación mantenida, pero nunca hasta James Comey se había producido de manera tan despótica y repentina una destitución en Washington.

Pocos casos en la memoria política de EE UU son comparables en gravedad al cese inmediato del hombre que estaba investigando la connivencia entre la campaña presidencial de Trump y el Kremlin, algo que de probarse podría derivar en un delito de alta traición del primer ciudadano del país.

La primera explicación dada por los asesores del presidente de que el fulminante cese se debió al mal manejo por parte de Comey de la investigación abierta a Hillary Clinton por el uso del servidor de correo electrónico privado resulta demasiado pueril para creérsela. Los rusos hasta la festejan con chistes. Con Comey fuera de cobertura, Trump puede elegir al hombre o mujer adecuados para cerrar una investigación que le compromete a él, a su carrera presidencial y a sus negocios. Por contra, equivale a un ataque premeditado y aterrador sobre el sistema de gobierno en EE UU. Denota el desapego de la nueva Administración a la separación de poderes y es una peligrosa lección de impunidad para una democracia. Marcará posiblemente, según coinciden en señalar muchos analistas, el comienzo de una crisis constitucional. Y si no es así, el camino más desconcertante para lo que resta de presidencia.

El fiscal general de Trump, Jeff Sessions, se ha erigido como un actor principal del cese de Comey, que, como a su jefe, le resultaba incómodo.