Ingrato oficio el del escritor. Trabajando constantemente bajo la inspección general, ¿qué diferencia existe entre él y los que se ganan el pan a la vista de todo el mundo? y para colmo amarrado a una columna, como dijera Jaime Campmany en una definición a la ligera sobre su propia existencia profesional.

Tuve ocasión y oportunidad de conocer en directo, como se suele decir ahora en medios televisivos y radiofónicos, la actividad de los más eruditos periodistas y escritores murcianos desde la segunda mitad del pasado siglo, nombres tan ilustres como Carlos y Federico García Izquierdo, Diego Sánchez Jara, Corvalán, Peñafiel, Carlos Valcárcel, Martínez Peñalver, Alemán Sainz o Baldomero Ferrer, entre otros, muchos de ellos grandes olvidados por el oficialismo cultural murciano, que repartían su actividad en los diarios de entonces, sin excluir la vital Hoja del Lunes que editaba la Asociación de la Prensa. A la última hornada de los geniales profesionales de la pluma y el papel pertenece Ismael Galiana.

Siempre suscitó mi atención su figura, una figura moderna para una época, allá por los finales de los años cincuenta: largo flequillo, abundantes patillas, gafas de pasta negras y una estatura que destacaba entre la media de entonces. Poseía un aire de joven intelectual a pesar de la obligada corbata con nudo de pitillo que vistió a esos tiempos. Fue en los días en que don Carlos Valcárcel Mavor entrevistó para el Diario de la FICA y en barra tabernaria al premio Nobel Ernest Hemingway, que llegó a dar el habla para exigir un tinto de Jumilla, harto de los caldos riojanos con que lo halagaban.

Si el inolvidable reportero gráfico Tomás Lorente Abellán consiguió despertar las iras del actor Anthony Quinn, al cazarlo el fotógrafo con una dama que no era la suya en el Rincón de Pepe (merecido cum laude el otorgado a Raimundo González Frutos), Ismael Galiana no le quedó a la zaga al entrevistar al expresidente cubano, Fulgencio Batista, en su visita a una fábrica de pimentón de Espinardo tras ser depuesto por la revolución castrista.

Ismael igualmente ha pasado a la historia del periodismo de la tierra gracias a una instantánea en la que aparece en el balcón de la Casa Consistorial murciana junto al Caudillo, Nieto Antúnez y el alcalde Antonio Gómez Giménez de Cisneros, en la visita de Franco a Murcia en 1963 con motivo de la inauguración de los pantanos del Cenajo y Camarillas. Bloc y bolígrafo en ristre, Galiana recogió la anécdota en la que el NO-DO confundió al panochista Pepe Ros, vestido de huertano, con el alcalde de Murcia. Una vida profesional intensa; vida de redacción, de vivencias, de situaciones, de libros, de escritos, que han servido para dar fe ante la Olivetti o el ordenador de la historia reciente, el día a día, de todo aquello que ha tenido que ver con Murcia y los murcianos.

La carrera del periodista ha derivado con los años, y en estas mismas páginas, por los derroteros de la gastronomía regional. La clave puede que esté en el magnífico prólogo que hiciera en 1963 para el incunable Murcia entre bocado y trago, de Juan García Abellán, en el que Ismael Galiana se adelanta a los tiempos, escribiendo: «Extraño, extrañísimo, inexplicable. La cocina murciana no aparece en letras de molde por ningún lado de una manera integral y apologética. ¿Y por qué esta alimentación de cientos de miles de personas brilla por su ausencia en los tratados de cocina o en las cartas de restaurantes que los 'chefs' ofrecen a los 'gourmands'? ¿Acaso nuestras recetas no merecen el 'placet' de la alta 'gourmandise' internacional?»? Enorme siempre Ismael Galiana.