Hará un par de años que me llama la atención cuando en una entrevista a una joven promesa de la música, el deporte o de cualquier otra disciplina, éste declara que «desde pequeño tenía las ideas muy claras». Esto siempre se ha considerado un síntoma de madurez, de ser una persona con objetivos definidos en la vida. Entonces, ¿qué pasa con las personas que no lo tienen todo tan claro, como resulta ser mi caso? En la carrera de Periodismo se nos educa para tener una mente crítica y desafiar las convenciones. Podemos tener la certeza de que una fuente es totalmente fiable pero, aun así, debemos consultar con otra para contrastar la información. Este pensamiento dubitativo no se ha inventado en las facultades de comunicación: el célebre ´cogito ergo sum´ de Descartes deriva una frase que el mismo dijo previamente, «dudo, luego existo»; la corriente filosófica denominada escepticismo considera que no hay ningún saber firme; en el ámbito científico, Karl Popper inventó el concepto de falsabilidad por el que ninguna teoría es absolutamente verdadera. A veces tener las ideas muy claras significa que no nos hemos parado a pensar en las consecuencias de nuestros actos o que, directamente, no hemos imaginado otras alternativas a nuestro plan inicial. En la sociedad de la sobreexplotación informativa, a veces es bueno desviarse del camino para después retomarlo con nuevos puntos de vista que, acertados o no, te harán más sabio de lo que eras.