Ya está aquí. El gran evento musical del año en Europa (en la que la música no es lo más importante) se celebra mañana y, aunque muchos no lo reconozcáis, estáis deseando. Yo la primera. La excusa perfecta para juntarse con amigos, cenar comida nada recomendable y pegarse risas, muchas risas, gracias a algunas de las actuaciones. Y sí, claro, disfrutar algo de la música y del espectáculo, esto también se permite. Eso sí, para poder vivir intensamente el capítulo de las risas es imprescindible tener una cuenta de Twitter y buscar la etiqueta #Eurovisión. Imposible parar en toda la noche.

Y es que la red social de los 140 caracteres ha conseguido revitalizar un festival que cada vez importaba menos. España es un país con gente de mucho talento y mente rápida que da rienda suelta a su ingenio en grandes noches como la de Eurovisión. Si todo ese talento creativo fuera canalizado para cosas como la innovación en tecnología seríamos los reyes del mundo. Aún no ha salido un cantante que su atuendo, su peinado o sus desafines son inmediatamente traducidos en chistes y ´memes´ ante los que es imposible no sucumbir. Sí, también hay un poco, o bastante, mala leche, pero sin maldad. Al menos la de la gran mayoría de tuiteros, que a veces Twitter lo carga el diablo o, mejor dicho, los odiadores (haters) profesionales. Es como comentar un partido de fútbol, pero sin forofos. Me temo que las semifinales de esta semana nos han quitado la posibilidad de disfrutar de en la gran final del sábado de algunas actuaciones antológicas. Twitter les ha dado su lugar, claro, pero el sábado hubieran lucido más. Nos quedaremos con la pena de no ver mover la trenza y las caderas con pantalones brillosos del representante de Montenegro (en este punto se recomienda una búsqueda en Youtube).

Los hay que se toman el concurso más o menos en serio. Son los eurofans, pero para la mayoría, es otra cosa. Que gane España alguna vez estaría muy bien, pero ya avanzo que este no será el año, salvo enajenación mental transitoria de los europeos. No creo que haya quien tenga muchas dudas de que el rollito surfero de Manel Navarro, sus camisas de flores y su canción facilona con estribillo en inglés (ya deberíamos haber aprendido que esto no funciona y es un poquito ridículo meter con calzador la letra de Shakespeare) será algo próximo al fracaso. Ojalá me equivoque. Veremos.

Y a todo esto, está la música. Tras esta semana de semifinales el favorito parece ser Portugal, que presenta una balada absolutamente maravillosa, cantada por la voz de Salvador Sobral, un hombre que consigue enmudecer a todo el auditorio. Una delicia. Eso sí, tampoco aquí estamos exentos de guasa tuitera. El intérprete gesticula, y mucho, sobre el escenario y en el sofá esperando votaciones. Así que para él también tienen las redes sociales, pero su canción y su interpretación (si mantiene la calidad de la semifinal) merecen ganar. Y la Música, así con mayúsculas, también se lo merece.

Pero no le será fácil. El gran favorito hasta que hemos descubierto al portugués es el representante italiano, Francesco Gabbani. Tiene una canción fresca, alegre y llena de optimismo. Tiene mucho para ganar y también un punto muy, pero que muy, excéntrico: acaba su tema con un gorila en el escenario y ambos haciendo un ridículo baile con las manos. Aquí está, más madera para la fábrica del ingenio nacional. Tiene muchos ingredientes para ganar, pero yo ya tengo claro que me quedo con el vecino portugués.

Porque esa es otra, que hemos banalizado entre todos Eurovisión, pero no puede negar nadie lo útil que está siendo para refrescar las clases de geografía del instituto. Que parece que no, pero cuando todos empezamos a quejarnos de que solo se votan los países vecinos y bla, bla, bla, aunque solo sea para no quedar mal, crecen las búsquedas en Google del mapa de Europa.

Y ya que estamos con la geografía€ lo de Australia no lo entiendo. Un año ganará Eurovisión y tendremos que cambiarle el nombre al festival. Al tiempo.