Unos meses antes de ser elegido presidente de Francia, Macron dijo que las primarias de los partidos eran una máquina de matar ideas y de ajustar cuentas. Desconozco hasta qué punto. Lo que sí han demostrado ser en Francia las primarias socialistas es una trituradora de expectativas reales. En ellas, Benoît Hamon, defensor de un progresismo soñador y crítico con Hollande, se impuso holgadamente a Manuel Valls, socioliberal, exponente de la corriente más realista del partido que, finalmente desposeída de sus siglas y de alguna manera liderada por Macron, ganó las elecciones. En cambio, Hamon, el elegido por los suyos, no convenció al resto de los franceses y mordió el polvo tras lograr el peor resultado de la izquierda desde 1969. Una debacle histórica.

Susana Díaz se ha apresurado a comparar a Hamon con Pedro Sánchez. No se la puede acusar de falta de reflejos. Ciertamente los dos, Hamon y Sánchez, defienden el delirio crítico contra los dirigentes de la organización en la que militan. Para ello se valen de la misma rabia de las bases. El candidato socialista francés logró atraer hacia sí la confianza para cambiar un partido, en el que los afiliados más radicales consiguieron doblar el brazo de los dirigentes más moderados, pero que, a la vez, obtuvo el mayor rechazo de los electores de la historia. Resultado: con Hamon, los socialistas en Francia podrán cambiar su destino pero no el del país.

El ejemplo francés viene a explicar lo alejados que se encuentran de los posicionamientos mayoritarios algunos militantes y el camino errado para los partidos que marcan las primarias. ¿Sucederá lo mismo en el PSOE? No pasará mucho tiempo sin que salgamos de la duda.