Es muy sencillo: teniendo razón. Y añadiría aún algo más, es clave saber demostrarla. La prueba es, pues, imprescindible para el éxito de toda reclamación judicial. Sin embargo, hay pautas que ayudan a ganar un juico. Me refiero a saber cuándo un testigo miente o no, a través de sus evidencias físicas que, como diría el profesor Martínez Selva, consistirán preferentemente en no atusarse el pelo, no subirse constantemente las gafas, no tener ningún tic específico, no poner una barrera física inconscientemente entre el que declara y el receptor, tales como cruzar piernas o brazos? y sobre todo el estado de nerviosismo del mentiroso/a. Nada de eso es infalible pero ayuda a saber la verdad. Desde luego no la máquina de la verdad o el polígrafo, que es menos fiable que sus participantes. No nos creamos, pues, nada de nada de esos programas donde parece infalible el sometimiento a un polígrafo, aunque te ponga cara de muy profesional quien dice si se ha dicho o no la verdad. Como espectáculo televisivo está bien, pero como prueba en juicio ni está ni se le espera en un futuro más o menos cercano, Todo es mucho más serio que preguntar sobre cosas acerca de las cuales ya sabes de antemano la respuesta, pues para eso te has informado previamente.

Todo esto viene a cuento de que leo el titular de un periódico catalán que menciona las diez razones por las que se puede perder un juicio. Me apresuro a leerlas y me acuerdo de la primera vez que me presenté a judicatura. Mi padre me obligó, con buen criterio, para dar buena imagen, a quitarme esa melena y barba que muchos de los estudiantes de la época llevábamos. Por supuesto, le hice caso, pues entonces se solía obedecer a los padres siempre, más si tenían razón. Me afeité y me cortaron el pelo en la barbería de turno. Me puse mi traje de chaqueta azul marino con corbata a juego y camisa blanca, y para Madrid, al Tribunal Supremo. Me suspendieron igual, pero di buena imagen. Que es la que pretendo conservar para juzgar a quienes están dispuestos a tener razón y vienen manteniendo unas reglas básicas de comportamiento, como es mirar a quien te hace la pregunta, ser colaborador (lo contrario es no acordarse de nada o negarse a declarar), no responder con preguntas, no enrollarse en las respuestas...

Claro que también se puede acudir a un hechizo de los que circulan por Internet para ganar un juicio. Uno de los más conocidos es el del plato con azúcar, limón, laurel, sal, un frasco, papel y bolígrafo, una vela de color amarillo y una llave. Si mezclando todos estos elementos dices a la par que nombras a quien te ha contratado «glorifico este trabajo» ganas el juicio seguro. Pero si este no les convence, ahí va otro: aceite de romero, hojas secas, velas naranja y negra, una balanza, un platillo y una oración al juez justo en la que se dice entre otras cosas «a cualquier lugar que yo vaya, que las manos de la Justicia me lleven».

De todas formas si es tan escéptico como yo, mejor contrate un abogado o abogada y demuestre que tiene razón, procure saber pedirla y, sobre todo, acreditarla. Así nunca se equivocará y se fallará, pero a su favor. Y no se crean eso de los hechizos ni tampoco que si tienes dinero ganas el pleito y si no lo, pierdes. Simplemente se trata de dos requisitos: tener razón y saber demostrarla. Lo demás son cuentos jurídicos.