No existe «un sendero claro de victoria» en el PSOE para Susana Díaz como ha dicho Eduardo Madina. Ni tampoco para Pedro Sánchez. El camino del abismo es el único objetivamente señalizado para un partido que durante décadas presumió de saber cerrar filas y ahora se encuentra trágicamente dividido. La presentación de los avales prueba esa división y cada vez son más los que presienten que las heridas del enfrentamiento no van restañar así como así, sea cual sea el resultado de las primarias. Por el contrario es posible que éstas contribuyan a abrirlas todavía más.

El PSOE es otra víctima de la respuesta a la crisis de la democracia representativa. Con la particularidad de que sus dirigentes y afiliados, sin estar convencidos del todo del papel que le toca representar al partido en las actuales circunstancias, se han ocupado de buscar las soluciones en el enfrentamiento personalista. Mejor hubiera sido sentarse a hablar y a buscar una estrategia común con el fin de definir como hasta ahora ha ocurrido su papel en la izquierda.

La confianza del aparato en Susana Díaz comienza, pese a las apariencias, a resquebrajarse, al tiempo que la euforia domina a los partidarios de Pedro Sánchez, dispuestos a pegarle una patada al caldero, producto del contagio de la idea militante más extendida en esta segunda década de principios de siglo de que la única forma que hay de cambiar las cosas es derrotar al establishment, cualquiera que sea. Sánchez es un populista resentido sin un par de ideas que merezcan la pena en la cabeza, además de un perdedor contumaz de elecciones, pero ha sabido abanderar un espíritu de resistencia interna que puede acabar por hacer del PSOE un partido marginal.