Será porque lo último que se pierde es la esperanza o porque tenemos necesidad de alegrarnos la existencia pensando, aunque no nos lo creamos, que todo va a ir mejor o que nos hemos salvado de lo peor, el triunfo de Macron en las presidenciales francesas ha suscitado en Europa un suspiro generalizado de alivio. Entre lo malo y lo peor, lo malo bien se merece ese suspiro.

Voces autorizadas desde el aparato europeo y sus aledaños han hecho algo más que suspirar, han lanzado las campanas al vuelo. Es lógico, ha ganado uno de los suyos. Sin duda llevados del entusiasmo, hasta se han animado a decir que se ha entendido el mensaje de Francia y que hay que cambiar la UE. Nada nuevo. Es lo que se viene diciendo desde que la ciudadanía va mostrando su alejamiento de un proyecto que se ha convertido en un mecanismo de desigualdad y de exclusión. Si este desafecto no ha estallado, es porque el fantasma del neofascismo aún da miedo. La pregunta es qué ocurrirá si se pierde el miedo.

Quienes mueven los hilos de la UE avanzan con orejeras, por lo que no puedo evitar cierto desasosiego con esto de la interpretación de los mensajes. Venimos una temporada demasiado larga sufriendo interpretaciones con resultados desastrosos, así que no me fío, aunque intento compensar mi desconfianza con el consuelo que me ofrece la posibilidad de que solo sean palabras. Sin embargo, no se me olvida que hay algo de cierto en la afirmación de que Macron es la causa y Le Pen la consecuencia.

Los hechos son simples, sus interpretaciones no tanto. Macron ha ganado y lo ha hecho con poco más del 66% de los votos (un 43,63% de los electores); Marine Le Pen ha perdido con casi un 34%. Entre las conclusiones, hay, al menos, una clara: efectivamente, el mensaje es que el alto porcentaje de abstención, voto en blanco y voto nulo, sumado a los votos de Le Pen, deja constancia un malestar ante el proyecto europeísta, que es el de Macron, cuya importancia en términos cuantitativos y cualitativos no debería ser ignorada.

Si yo creyera que, a estas alturas, los mismos que nos han engañado y nos han convertido en carne de cañón para aumentar sus beneficios, pudieran rectificar, sería capaz de mirar solo los aspectos positivos de la victoria de Macron. Vería que, de algún modo, ha conseguido crear un movimiento mayoritario de ciudadanos que, aunque parezca una contradicción, creen todavía que los ideales republicanos pueden sacarlos de la crisis sin romper con la UE. Podría ver en Macron a un tipo idealista, joven, formado intelectual y profesional en las Grandes Escuelas francesas (públicas) de ciencias políticas y del cuerpo de élite de la administración del Estado (no quiero caer en la tentación de establecer comparaciones con el actual presidente de la Región de Murcia). Y sería optimista, porque si ese joven, ya presidente electo, consiguiera que Europa empezara a mirar hacia sus ciudadanos y no solo a sus banqueros, el futuro sería posible.

Pero no me hago ilusiones. No me atrevo siquiera a sacar conclusiones respecto a que el triunfo de Macron suponga el final de un juego, como el nuestro, de oposición ficticia entre dos partidos, socialistas y conservadores, que han funcionado como los pilares de un sistema que nos ha fallado, sobre todo, porque el pilar que debía sostener el principio de la igualdad se ha visto afectado por aluminosis. La descomposición del PS, no obstante, parece que es un hecho. No solo ministros del aún Gobierno socialista y el propio Hollande celebraron el domingo la victoria de Macron como propia, sino que muchas de sus figuras se pasarán a las listas de En Marcha para las legislativas de junio. Con el bloque conservador ocurre otro tanto. Pero, insisto, habrá que esperar. ¿La descomposición es buena? Al menos supondría un cambio que nos sacaría del actual juego de hipocresías.

De momento, parece que el proyecto europeo respira y se concede una nueva pausa, pero solo hasta el próximo combate. Que Macron sea la causa y Le Pen la consecuencia, significa que la UE es la causa y el neofascismo la consecuencia: el fascismo y el neofascismo son los huevos de la serpiente.