Cuando los chinos vieron por internet a uno de los suyos arrastrado sin miramientos por los pasillos de un avión por dos bestias pardas caucásicas de uniforme, entre histéricas pasajeras gritando ¡oh my god! sintieron una vez su raza machacada y vejada por los prepotentes occidentales. Más de cien millones de visualizaciones y miles de indignados twitters expresaron de forma fehaciente la ira colectiva china por el suceso. Cuando se supo que el pasajero arrastrado en cuestión era de nacionalidad norteamericana y, peor aún, de ancestros vietnamitas, la cosa empezó a calmarse entre los susceptibles ciudadanos del Gran Imperio del Medio.

En realidad, este ciudadano reacomodado a su pesar (ese fue el término empleado en su primera comunicación pública por parte del CEO de la aerolínea, un tal Oscar Muñoz, que, a pesar de su apellido, no tiene relación alguna con la conocida familia murciana) y golpeado hasta sangrar, no hizo sino pasar a la última estación del vía crucis al que todos nos arriesgamos a transitar cuando decidimos viajar en las aerolíneas low cost en estos aciagos tiempos.

La primera estación de este vía crucis empieza con la angustia de seleccionar y comprar el billete. Donde antes la cosa era tan fácil como sentarse en un sillón y esperar a que una diligente y encantadora asesora de viajes te recomendara la mejor opción de acuerdo a tus objetivos y deseos confesos, o incluso algunos inconfesos que no te atrevías a declarar pero que se delataban en expresiones de tu cara, ahora tienes que rastrear tu billete entre montones de webs, ofertas y comparadores de precios. Solo para comprobar, cuando crees que has escogido la opción más barata, que esa web precisamente no incluía un montón de conceptos sin los cuales es metafísicamente imposible realizar el viaje. Y vuelta a empezar, a ver si esta vez no te engañan con las peras y las manzanas.

Esta parte es muy importante porque, según los expertos, la culpa de que al final elijamos fatal, y acabemos odiándonos a nosotros mismos, es que las webs no nos permiten filtrar por algo tan elemental como la calidad del servicio. Siempre es precio, precio y precio. Y un poco de horarios. Pero algo tan sencillo como filtrar por las valoraciones de otros usuarios, algo que damos por hecho en cualquier web de restaurantes u hoteles, es inaccesible en los comparadores de vuelos.

No sé vosotros, pero yo me entretengo mucho leyendo las críticas negativas de los restaurantes y alojamientos a los que me planteo acudir. Y desde luego que la mayor parte de las críticas negativas tienen mucho más que ver con la amarga visión de la vida y la soberbia de los valoradores que con la realidad del sitio valorado. Así que, pertrechado de mi más afilada misantropía, me siento inmune a la mayor parte de esas críticas malintencionadas, y permeable sin embargo a aquellas otras que parecen inteligentemente razonadas. En cualquier caso, siempre pienso que nadie es perfecto, así que conocer las imperfecciones ajenas no me disuade en absoluto si los rasgos positivos que veo en el lugar en cuestión las compensan adecuadamente.

Aunque no existe la opción de valorar el servicio de las aerolíneas en ninguna web que yo conozca, o precisamente por ello, hace relativamente poco se publicaron los resultados de una encuesta sobre el asunto, a propósito de las compañías americanas. Mira por donde, la aerolínea del señor Muñoz cotizaba a entre las peor valoradas de esa encuesta.

Una vez que tenemos el billete más barato (con lo que quedamos abocados a hacer aún más doloroso nuestro vía crucis, aún tendremos que pasar por las estaciones sucesivas: hacer una maleta llena de cosas necesarias pero sin que pesen más de lo permitido, sacarlo todo y meterlo todo otra vez para dejar contento al guardián de la puerta, dejarte cachear por un amable mancebo, o manceba si eres mujer; preguntarle a los cielos qué pecado has cometido cuando, a pesar de haberte prácticamente desnudado, aún suena el pito del arco galeno, para finalmente pasar por encima del resto de pasajeros, literalmente, con el fin de embutirte en un estrecho asiento tres tallas menor que la de tu culo. Y eso, habiendo luchado previamente a brazo partido para colocar tu equipaje de mano en el compartimento superior de diez filas más arriba de la tuya.

¡Por Dios! ¿No os da envidia cuando veis los aviones de los cincuenta y los sesenta en las películas de cine? ¡Aquello sí que era viajar con comodidad, con espacio para las piernas y amables azafatas sirviéndote bebidas gratuitas sin límite! ¿Qué habremos hecho los sufridos viajeros para convertirnos en candidatos a ser vejados, despreciados, humillados y, cuando no, como este señor chino del comienzo, condenados a ser golpeados hasta derramar nuestra sangre para redimir el horrendo pecado original de haber querido viajar en avión?