Creo que se va exagerando un poco en eso de añorar ´aquellos tiempos´. Sabido es que cuando la gente se enfada, quiere pagarla con alguien y, como ahora la mayoría del mundo tiene el carácter avinagrado, le da por decir que estos tiempos en que vivimos son abominables y que en el pasado, un pasado inmediato, todo el monte fue orégano.

Hace fino y es de buen tono añorar, algo que favorece a quien lo ejerce; pero, siempre que la añoranza sea discreta y no pierda sus tintes vagarosos de dulce nostalgia y no se vuelva inquina con olor a azufre. Uno, que siempre se ha sentido atraído por la añoranza del pasado, cuando no del huidizo presente, queda asombrado ante casos singulares donde el efecto del tiempo ha dado lugar a una maceración cuyo resultado es del todo encomiable. Me refiero en concreto al presidente del emblemático Real Casino de Murcia, Juan Antonio Megías. El que fuera destacado político y brillante consejero de Cultura, ha mudado su aspecto redondo y bonachón por el de un atractivo galán maduro de aspecto saludable que daría muy bien interpretando al dinámico director de algún periódico de ficción americano como el Daily Planet (en el que trabajaba Clark Kent). No hace mucho, y en estas mismas páginas, comparaba este fenómeno acaecido en Megías con la excelente película El extraño caso de Benjamín Button alegando que el presidente del Casino, cada año que pasa, en vez de envejecer como todo bicho viviente, rejuvenece.

Puestos a añorar, que es de lo que se trata, resultan del todo inolvidables aquellas veladas culturales a las que el entonces consejero convidaba en el terrado de su flamante consejería en la plaza de Julián Romea. Allí, entre fantas de naranja y patatas fritas llegó a congregar a la más granado de la intelectualidad murciana de principios del siglo en curso en amenas tertulias, alternando e intercambiando ideas. Qué decir del Premios a las Letras que instauró. Galardones efímeros, pues sólo se fallaron en una ocasión, recayendo merecidamente en el ilustre escritor yeclano José Luis Castillo Puche. Fue la entrega de gran boato, en la desacralizada iglesia de San Esteban, donde premiado y autoridades vestían de elegante chaqué, aunque el día no acompañara, pues llovió a cántaros, fenómeno que no fue obstáculo para dar una oportunidad y degustar, en un cercano hotel, las excelencias de la nouvelle cuisine murciana en unos tiempos de feliz abundancia económica.

No, no evocaré a Tagore, ni tan siquiera a Chesterton, para alabar la obra realizada por Juan Antonio Megías en la institución que tan excepcionalmente hoy preside. Don Juan López Somalo, primer presidente del Casino y sus sucesores quedarían mudos ante lo realizado. Del Casino burgués, del edificio cochambroso sumido en el abandono y que motivó la hégira temporal a la plaza de Joufré; de la patética estampa de los socios dormitando en sus peceras, de aquel Casino de pueblo grande, hasta la reforma integral del edificio llevada a cabo por el arquitecto Juan Carlos Cartagena, existe un antes y un después que pone de manifiesto que añorar no deja de ser una exageración. El Real Casino se ha transformado en el primer referente cultural y social de Murcia. El tesón, la imaginación y la capacidad intelectual de su presidente lo han hecho posible, convirtiéndole en algo más que una visita turística obligada en la Murcia de hoy. Megías ha sabido dotar de alma y vida al bello edificio de la Trapería. Un lugar donde estar, hablar, conocer, aprender, admirar, mirar y hacer vida social sin llegar uno a roncar de aburrimiento en sus peceras.

Juan Antonio Megías es un caso singular que el tiempo ha convertido en un galán práctico que hace olvidar añoranzas, construyendo, cada día, un venturoso futuro abierto siempre a las nuevas generaciones de murcianos.