El nuevo presidente de la Comunidad, Fernando López Miras, lo va a tener difícil para conseguir que la ciudadanía llegue a identificarlo como un representante creíble, porque ser el cuarto inquilino que pasa por el palacio de San Esteban en dos años no le va a ayudar. Además, López Miras llega al Ejecutivo precedido por la polémica que durante meses ha centrado el debate político en la corrupción y en las causas judiciales en las que está inmerso su antecesor, Pedro Antonio Sánchez (PAS). Tampoco le ayuda su intención de mantener el cordón umbilical con Sánchez. El día que PAS le cedió el testigo después de presentar su dimisión y López Miras hacía aquella declaración de fidelidad a su antecesor que dio la vuelta a los telediarios me recordó otra situación parecida que atravesó el PP cuando Ramón Luis Valcárcel asumía la presidencia del partido tras la dimisión de Juan Ramón Calero. No recuerdo el año, pero debe hacer mucho tiempo, porque la sede popular se encontraba entonces en un piso de la calle Zarandona, junto a la plaza Puxmarina. Cuando Calero anunció su marcha por discrepancias con la dirección nacional, Valcárcel, en un gesto de fidelidad, declaró públicamente que no iba a ocupar el despacho de su predecesor para que lo encontrara libre a su vuelta. Sin embargo, un tiempo después se enfrentó en un congreso regional a la lista encabezada por Calero, que acabó dejando el PP para crear otro partido, porque la fidelidad caduca como los yogures con la bicefalia.