"Si estás leyendo esto es que nada ha salido como yo deseaba, que la vida no siempre es justa y que no siempre triunfa el amor. Si estás leyendo esto, imagino que el amor seguirá teniendo los ojos tristes.

Le dejo esta carta a mi hija Ana con mi deseo de que te la entregue cuando yo me vaya. Le he contado toda la historia. Ana es una chica estupenda. Entiende todo. Tengo la tranquilidad de haber renunciado a mi felicidad por atender a su madre en su enfermedad, a pesar de estar separados desde que ella tenía tan sólo tres años y a pesar de que mi ex mujer no me lo puso fácil. Nunca abandoné el hogar conyugal, no quise dejar ese cargo a mi hija. Nunca fui a buscarte, pero siempre te esperé. También te digo que una sola llamada tuya hubiese sido suficiente para cambiar la historia. Eso lo sé. Tú y sólo tú has sido la mujer de mi vida. Bueno, tú y Ana, que seguro que me lee porque además de estupenda siempre ha sido muy curiosa.

Te prometo que otra vida no la paso yo sin ti.

Donde quiera que esté, quiero que sepas que te espero.

Te quiero"

Hay una mujer en mi salón portadora de esta carta, no sé cómo pero el caso es que me ha encontrado. Leo tembloroso ante su mirada científica la nota pulcramente doblada, la acompaña una foto antigua en la que mi madre sonríe junto a un desconocido.

Hace tan sólo unos meses que descubrí aquellas cartas en la alacena de la residencia estival familiar. Aquellas cartas que he tratado de olvidar. Mi madre, mi dulce madre, una mujer infiel, con una doble vida durante años. Amando a otro hombre que no era mi padre. Feliz y entregada, apasionada y rota en aquellas letras dirigidas a un desconocido. No la culpo, mi padre nunca la trató bien. Entiendo que ella sostuvo la situación por nosotros y, la verdad, se lo podía haber ahorrado.

La mujer de mi salón espera atenta alguna reacción por mi parte.

-¿Y bien? -pregunta finalmente.

-Lo lamento. Supongo que tu padre ha fallecido.

-¿Estás loco? Mi padre está como una rosa, pero no puedo mantener esta injusticia y necesito tu colaboración. Mi madre murió hace tres años. Fue entonces cuando él se decidió a contármelo todo. Mi padre merece ser feliz, merece vivir su propia vida por una vez. Así que no me he atrevido a contravenir totalmente sus órdenes, pero no esperaré a que muera para mostrar la carta a tu madre y tampoco quiero hacerlo antes de que lo haga. Así que me ha parecido buena idea buscarte a ti. Tenemos que hacer que se encuentren. ¿No crees?

-No sé qué decir. ¿Crees que somos hermanos?

-¿Qué dices? ¿Has visto la cara de idiota que tienes?

-No sé, no siempre tengo esta cara. Me has dejado, no sé, desconcertado.

-Pues espabila, debemos hacer que se encuentren y que pase lo que tenga que pasar.

-¿Y qué has pensado?

-Creo que un encuentro ´fortuito´ podría valer. Comienza el buen tiempo. Así que apáñatelas como puedas para que este fin de semana se vean en la pequeña plaza de la playa.

-Mi madre es testaruda como una mula, tendré que ingeniármelas como sea para que crea que el viaje a la playa es idea suya.

-Haz lo que tengas que hacer y demuéstrame que esa cara de idiota no te hace justicia.

No sé cómo la estoy mirando, pero el caso es que me suelta:

-No te hagas líos, Jorge, no somos hermanos.

Se va dejando esa sensación radicalmente distinta a la paz que me invadió desde que atravesó mi puerta. Llamo a mi madre por teléfono apenas echo la llave.

-¿No querías buscar no sé qué documentos en la casa de la playa? Este fin de semana puedo. Me irá bien cambiar de aires.

En eso quedamos, no ha sido tan difícil después de todo. Parece que no soy tan idiota como aparento.

La casa de la playa huele a infancia. Mi madre no entiende por qué he querido que se ponga guapa ni por qué insisto en que tomemos un helado en la plaza. Siento el desasosiego que me acompaña cerca de Ana y la veo tres mesas más allá. No sé qué hacer ahora, seguro que la cara de idiota ya la he bordado. No tengo que hacer nada, se dirigen a nosotros. Madre mía.

Se miran, a mi madre se le cae el helado, Ana y yo dejamos de existir. El desconocido levanta a mi madre prácticamente en volandas. Se besan como nunca antes nadie se ha besado. Yo diría que apenas tienen veinte años. Y no sé cómo Ana y yo estamos ´sobrecogidos´ de la mano, mudos, llorando. Es un beso que no acaba, un beso lleno de pasado y de futuro. Un beso justo.