A veces recuerdo a Vicente Aleixandre cuando afirmaba que al amor y a la destrucción solo los separa una disyuntiva. Estamos en ese borde más o menos dibujado en este país cada vez más tremendista en todas las direcciones en las que pueda mirarse; en lo social, en lo político, en lo artístico. Me gustaría ser un profundo surrealista para decirlo con palabras ensoñadoras e imposibles, no aprehensibles sin las claves precisas. Esta gente cuyo foto tengo enmarcada, perplejos ellos, fueron Tzara, Bretón, Dalí, Ernst, Man Ray, Eluard, Arp, Tanguy y Crével. Faltan más españoles, mis debilidades con Oscar Domínguez, que lo mandó su padre, exportador de plátanos, a las lonjas de París y él se distraía del negocio de las bananas y les contaba a los artistas que iba conociendo que allá en su tierra, en Canarias, en Tacoronte, su pueblo, la lluvia es horizontal.

En los teléfonos móviles de todos nosotros a veces nos sorprende un aviso, un recado, un wasap que no se sabe bien de donde nace; si del pecho o corazón del remitente, si del cerebro, si de la paz o la inquietud, de la añoranza o de nada de ello, de una disyuntiva o insignificancia. Todo es una duda. En mi teléfono podía leerse: «Ahora, siempre que veo o leo sobre pintura me vienes a la cabeza», y añadía un enlace de una exposición en Caixa Forum.

Ciertamente me saben refugiado en la pintura ante el griterío de lo exterior, ante el abrumado interior que no te deja conciliar los sueños. También es cierto que mis pasos en color suelen ser afables, sensibles, buscando una belleza tranquilizadora, dando razones a lo simple, a los franceses, que como decía D'Ors se inventaron a Matisse para combatir a la bestia de Picasso, española sin remedio. Pero la línea de flotación de mi equilibrio ha cambiado algo; en las últimas horas me he visto reflexionando ante Tàpies o Millares, asombrándome el sentido de fatalidad de ambos (también lo encuentro en Gris); cada signo que se destaca en el papel, está allí por una razón que no alcanzamos, pero que intuimos. Tengo que añadir a mis valores plásticos la intuición para no perderme en el caos. Tàpies no busca la belleza, ni la gracia, si no la expresión de la desolación. ¿Qué demoníaca situación la mía, que estoy dispuesto a cambiarle al maestro de los signos mis búsquedas de belleza por sus alusiones a la condición de incomprensible?

Trato de razonar los motivos de la atracción oscura de estos grafismos, estas manchas aparentemente sin vigor, desangeladas (tanto como las pinceladas de Velázquez) y me encuentro en el bucle que ahoga todas las convicciones. Primero fue un mundo mágico; después, las calidades primarias; las arenas, cales, materias extrañas y rugosas como cortezas de árbol, piel de elefante, o en Millares viejos zapatos. La vida es un collage (ignoro si es frase hecha o dicha) y yo, en ella, estoy dispuesto a aportar mi propio recortable.