El oro día estábamos un grupo de periodistas/escritores (y viceversa) despachando una paella de marisco y, no sé cómo, nos pusimos a hablar de la banca y del Ministerio de Hacienda. Y perdón por la distinción que es, como la de fondo y forma, un poco pejiguera, además de escolástica. En eso que Francisco González, el del BBVA, dice que no piensa cargar con los gastos de constitución de las hipotecas (las únicas constituciones que se reforman en un pispás) por mucho que así lo disponga una sentencia del Supremo, «porque no supone que el banco tenga que asumir de manera automática tales gastos». Claro, todo el mundo sabe que el Supremo no emite sentencias vinculantes, sino manifiestos y preceptos de urbanidad y buenos modos.

Como hay que descartar la posibilidad de que a este González se le haya calentado la boca, ya que dispone de un batallón de juristas para que le enfríen el corazón hasta dejárselo como el de una salamanquesa bajo un nublado, ahí tenemos a otro insumiso, quién nos lo iba a decir, tan serio que parecía. El caso es que Gabi toma la palabra y dice: «Me saqué una cuenta digital sin costes y, al cabo de unos meses, me cargaron 30 euros por gastos. Pregunté el porqué y me dijeron que llevaba seis meses ingresando tan solo 600 euros al mes. Soy free lance y como los ñus en la sabana, hay temporadas secas. Protesté pero me dijeron que venía en la letra pequeña». Mal asunto si la letra pequeña no se la leen ni los escritores. ¿Y si probáramos a redactar las condiciones en letra normal, comprensible y todo eso? Parece que es pedir mucho.

Ese problema parece que no lo tiene otro González, Ignacio González, hoy reo, que cobraba sus artículos en La Razón a más de 500 euros la pieza, con un par (de piezas, quiero decir) ya tenía mejor saldo que Gabi. De lo que se infiere que lo importante no es documentarse un año para escribir una novela o recorrer el Hindú Kush tras las huellas del yeti: lo importante es apellidarse González. Siempre tienes una plaza en los consejos de las gasistas o las eléctricas o al menos un bono de emérito, como el otro rey.