Como votante, no le doy tanta importancia a otras elecciones como las municipales. Porque en ellas eliges a las personas que te van a servir (o hacer la puñeta) en tu vida cotidiana. A los que se encargan de que tu calle luzca limpia y bonita los domingos, los que velan porque la basura no se acumule en los contededores que tienes debajo del balcón, los que deben cubrir ese socavón que hay en la carretera que coges todos los días para ir al trabajo y que te está haciendo polvo los bajos del coche, los que se contratan ese concierto tan guapo en el que te lo pasas pipa en las fiestas patronales. No hay administración más cercana que el ayuntamiento, a cuyos dirigentes, sobre todo si vives en un pueblo pequeño, puedes parar por la calle para pedirles que actúen para que el agua del grifo tenga mejor sabor o que hagan algo contra ese bar que vulnera la ordenanza de ruidos y no te deja dormir por las noches. Por eso me gusta que, cuando los ediles elegidos en las urnas por sus vecinos se reúnen en el Pleno, hablen de cosas que mejoren directamente la calidad de vida de la gente. No veo muy útil (aunque sí lícito y democrático, que quede claro) que se emplee el tiempo de los debates locales (por el que cobran, por cierto) en disputas sobre si PAS debe dimitir, como han sentenciado Murcia y Cartagena, o si es la quintaesencia de todas las virtudes, como ha dicho Yecla. A mi parecer, y es solo una opinión, eso es poner las instituciones al servicio de los partidos, cuando se trata de lo contrario.