En otro tiempo conocí a una pareja con muy poco futuro en común. Atravesaban problemas económicos y una de las partes solía derrochar en vicios. No puedo dar muchos detalles pero no era ésa la única forma en que traicionaba la confianza de la otra parte. Ésta acababa por enterarse y se lo reprochaba amargamente. Aun recuerdo la meliflua respuesta que recibía: Cómo te pones, de verdad. No hay quien pueda contigo, siempre con tus broncas. Qué cansado me tienes. Cuando desde el partido en el Gobierno se nos conmina a mantener el tipo, a no ceder a la indignación o a pensar antes de hablar en, no sé, la Marca España, o la imagen del Mar Menor, o la estabilidad de la democracia española yo siempre me acuerdo de aquel señor, su vocecita de pito, su expresión digna, su casi intolerable hipocresía.

Estos días hemos asistido a una acumulación de actos bochornosos en torno a nuestro sistema judicial, más propios de un régimen bananero que de una democracia moderna. A la absolución de la hermana del rey, seguida por la de su cuñado y el socio de éste, en el vergonzante caso Nóos se ha sumado la del gran defraudador Rafael Gómez Sandokán. Al mismo tiempo han saltado a la luz pública los tejemanejes del ministro Catalá en defensa del presidente Sánchez, presionando y deslegitimando a las fiscales del caso Púnica y relevando al del Auditorio, que ha denunciado además todo tipo de interferencias políticas inadmisibles en el desempeño de su labor como jefe de Anticorrupción. Ante el lógico clamor de indignación, el partido en el Gobierno ha enviado a una radio a Andrea Levy, otrora rostro de la renovación popular y ahora del perpetuo enjuague, a decir con la boca pequeña que quien la hace la paga.

Pero no. No todo aquél que la hace la paga: a algunos se les pide la voluntad. Para compiyoguis, aforados, cuñados y familia Borbón existe una justicia be con muchas otras excepciones favorables. Se hace necesaria una traducción: donde la plebe encuentra una fiscalía, ellos una abogacía (gratuita, para más inri). La presunción de inocencia se convierte en prescripción, el riesgo de fuga en puente de plata, la fianza en cumplimiento de la pena, el ignorantia juris non excusat en absoluciones por amor. Pero no. El amor no todo lo puede. Como a mi viejo conocido, el infiel manirroto, más pronto que tarde les llegará la patada, a esta manga de hipócritas y parásitos.

Ni Cofidis les va a coger el teléfono. Se acaba el crédito, como la confianza, como el aguante, como el perdón.