Las serpientes, como aquella que dio lugar al pecado original, tienen una lenta y larga digestión cuando se trata de presas voluminosas. Al igual que a estos reptiles, las consecuencias del auge de la construcción o el boom del ladrillo está costando digerirlas a las administraciones públicas y siguen acaparando titulares de periódicos. Uno de los últimos hace referencia al viaje en jet privado que hicieron hace un montón de años, así como ocho, el que fuera alcalde de Murcia, Miguel Ángel Cámara; 'el rey del ladrillo' ilicitano, Ramón Salvador Águeda, y un pequeño séquito encabezado por Antonio Sánchez Carrillo, exconcejal y uno de los cargos más relevantes del PP.

En ese desplazamiento a Estambul iban otros actores secundarios que pasaron a la primera plana. Uno de ellos, el que es ahora concejal de Fomento, Roque Ortiz, que en esas fechas era gerente de Urbamusa, la urbanizadora municipal en la que, según afirman algunos, desembarcó el actual edil para allanarle el camino a la Glorieta al que ha sido el sucesor de Cámara.

Sea como fuera, Ortiz era entonces un actor secundario, que empollaba el banquillo de los posibles jugadores con oportunidad de salir a calentar a la banda y saltar al terreno de juego, cosa que ocurrió en las pasadas elecciones, cuando aún se desconocía el asunto del jet, que apareció por casualidad en el caso Umbra, presunta trama de corrupción urbanística en torno a la zona norte del municipio y a los convenios que el Ayuntamiento de Murcia firmó con distintos promotores, uno de ellos, 'el rey del ladrillo'. Tras muchos calentamientos, le tocó jugar el partido; un encuentro complicado, primero por las responsabilidades que le asignó el alcalde, José Ballesta, y posteriormente, por verse salpicado por ese viaje privado.

La oposición le ha pedido en reiteradas ocasiones que enseñe los resguardos de haber pagado el viaje, como él mismo afirmó inmediatamente después de que estallara el escándalo. A día de hoy todavía no ha aportado la prueba documental que apoye sus manifestaciones verbales. La resolución de la Audiencia, en la que señala que no hay caso, ya que, de haberlo habido, éste estaría prescrito (el fallo del tribunal se ha producido por el recurso presentado por Miguel Ángel Cámara), que se ha hecho público hace unos días, le da un balón de oxígeno a este concejal, que quizá no hará ya el paseíllo ante el juez para aclarar si pagaron o no el jet (el juez aún no había reparado en él), pero llevará ese viaje marcado como si fuera su pecado original.

Puede que no haya caso desde el punto de vista penal, aunque a nadie se le escapa que ética y moralmente es reprobable que un cargo público o delegado de una empresa que se sustenta con dinero de los contribuyentes se vaya de vacaciones con empresarios que tienen intereses con la administración, que puede tomar decisiones que le hagan aún más rico o, por el contrario, ponerle en el brete de cumplir la legislación a rajatabla. No es nada higiénico este tipo de conductas, por no hablar del daño que hacen a la sociedad en su conjunto, que desciende un peldaño más en la confianza que le tiene a la clase política.

Ortiz sabe esto en su fuero interno y la prescripción y archivo del caso le debe de producir una sensación de huida hacia adelante, que no le ayudará a desprenderse de ese pecado original, que volverá cíclicamente cuando se hable del que fuera alcalde. Seguramente nadie de la oposición se resistirá a recordárselo con cierta periodicidad y a ponerle encima de la mesa, cada vez que le plazca, que sus amistades eran un tanto peligrosas. Él lo sabe y ha aprendido la lección sin duda. En privado, reconoce que no debió fiarse de la persona que lo invitó (o que le dijo que se apuntara a este vuelo, que sorpresivamente no fue Ramón Salvador Águeda).

El pecado original tiene eso, te persigue todo el mandato. Esto lo sabe bien una de las concejalas que acompañó a Cámara durante una buena parte de sus veinte años de mandato, que lo explicaba a la perfección. Decía que hay errores que nunca se perdonan y que vuelven como si fueran malos sueños. Ella, que habló al despedirse de 'cueva de ladrones', no toca de oído. Por nadie pase.