Me contaba un amigo, más joven que yo, que su padre lo tuvo amasando y repartiendo pan y estudiando, hasta que se pudo sacar unas oposiciones y echar a volar. Pues sí, claro? A mí, el mío me tuvo vendiendo periódicos, pero no me pudo dar por sí solo alas para echar a volar por mí mismo. Y gracias. Desde la perspectiva de hoy, eso parecen historias para no dormir, pero así eran las cosas. Un familiar me decía que a su hija, ya casada, le costaba creer que en el pasado más reciente de este país existían las cartillas de racionamiento, y enormes colas para abastecerse de lo más básico. Pero aún forma parte de la realidad de muchos en muchos sitios, al igual que formó parte de nuestra memoria histórica? e incluso genética. Lo que pasa es que no hemos sabido, o no hemos querido, transmitirlo a nuestros descendientes. Y eso es un tremendo error que puede pasar factura en el futuro.

De hecho, sobre lo que yo conversaba con mi amigo, he conocido, al menos, tres niveles. Aquel en que no podíamos elegir, si no agradecer, lo que había y teníamos. Otro en el que, al menos, pudimos hacer de nuestros hijos lo que ellos eligieron ser, y creo y confío que así lo reconozcan. Y el actual, en que nuestros hijos se ven en la obligación de dar a los suyos lo que los suyos solo lo reconocen como un derecho. Expongo esto en términos generales, claro, que no es mi intención que nadie se sienta señalado ni ofendido, si no que se vea reconocido. Reconocido en esto que hoy escribo aquí?

Por supuesto, ya sé, y lo admito, que hoy los jóvenes lo tienen bastante más difícil que antes para hacerse con un futuro. Lo de digno o no, en comparación, es muy subjetivo. Como tampoco se puede negar que en el inmediato pasado las exigencias en materia laboral eran infinitamente menores a las que hoy se aferra cualquiera que tiene la inmensa y nunca agradecida suerte de poder estudiar? Y es posible, puede ser, que la clave esté en eso, precisamente. En el cambio de paradigma, o de pensamiento, o de creencia, de agarrarse a cualquier, y subrayo lo de cualquier, oportunidad que se presente, a creerse que uno tiene derecho a 'su' oportunidad. Porque eso es tan irreal como falso. Pero si las nuevas generaciones lo piensan así, porque así les conviene creerlo, será porque no hemos sabido transmitirles los valores correctos.

Se me dirá, y es verdad, que precisamente hoy, hay muchas personas, jóvenes titulados sobretodo, cosidos a una bandeja, a un mostrador, a un camión de reparto? y que están haciendo de tripas corazón, y aprovechando lo que hay. Y es rigurosamente cierto. Pero esa gente ha tenido que sufrir una dolorosa transformación interior, se han inducido a sí mismos una metamorfosis traumática, han tenido que admitir con su personal angustia un principio que nunca, jamás, tenía que haber sido olvidado: que no existen derechos, solo existen oportunidades, mejores o peores, pero solo oportunidades, no derechos. Y que esas pocas o muchas oportunidades han de ganarse, no exigirse. Esas personas han tenido que descubrir la verdad entre la falsedad que se les ha transmitido.

Porque, aún y así, existen legiones de críos, jovenzuelos, muchachos y muchachas, que se les está enseñando una cultura equivocada en la que se creen acreedores a todo y pagadores de nada? que la vida les debe a ellos lo que en realidad ellos aún le deben a la vida.

Es perfectamente lógico y normal que nuestras carencias no las volcásemos en nuestros hijos, pero la historia de esas carencias sí que estábamos obligados a transmitírselas, y hablarles de abuelos que tenían la comida racionada, padres que de niños tuvieron que amasar pan, o repartir periódicos, o cosas mucho peores, para arañar unos céntimos a la vida. Incluso hoy es peor, muchísimo peor, que tengamos en nuestras fronteras hacinados a niños, mujeres, ancianos, que ni esas escasas oportunidades tienen.

Dar sin exigir es despojar de su valor a las cosas, y educar sin valorar es despojar nuestro propio patrimonio. Y eso mismo, justo eso, es lo que se ha hecho, o mejor dicho, lo que no se ha hecho.

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