El pasado día 12 del presente mes de febrero, este diario publicaba una noticia que en su encabezamiento, decía: «En los últimos siete años se han registrado 1.939 agresiones, con un repunte es 2016, año en el que se han dictado 18 condenas judiciales, algunas con penas de cárcel». Esto me trae a la memoria una conversación que, no hace mucho, mantuve con un médico amigo que me confesaba haber pedido el traslado de su puesto de trabajo en un Centro de Salud a otro porque, a causa de unos ´pacientes´ que día sí y día no le exigen una serie de recetas de un medicamento que, siendo legal, puede considerarse una droga según consumo. Todo bajo amenazas, más de una vez con navaja incluida. Confiesa no querer problemas más allá de los que él llama ´ser un traficante´ y ante la falta de protección por parte de sus superiores que, encima, le llaman la atención por el excesivo número de recetas expedidas.

Lo reseñado es una forma de agresión, de palabra o intimidación, pero las físicas van desde empujar al profesional de turno contra la pared y arañarle la cara o golpear en la cabeza, a un segundo, con una muleta. Un tercer caso consistió en golpear, dar puñetazos hasta tirar al suelo al asustado trabajador. Amenazar de muerte; muerte que llegó a la doctora María Eugenia Moreno en Moratalla, asesinada en 2009.

Todas estas actitudes son muy preocupantes y convierte a la profesión sanitaria en una labor de riesgo, más que evidente. Justamente hace siete años, y disculpen que me autocite, publiqué un trabajo, base de una tesina, relacionado fundamentalmente con los Servicios de Urgencias Hospitalarios. El estudio analiza todos los hospitales Públicos de nuestra Comunidad; uno de los apartados estudia la actitud de los familiares de los pacientes, al que titulé «Acompañantes conflictivos» y cuyas conclusiones, que no han perdido vigencia, fueron que la respuesta ´sociedad con acceso a mucha información pero con falta de conocimientos´ resume, según nuestro criterio, todas las actitudes de los familiares conflictivos. Los profesionales, conocen perfectamente el papel jugado por los medios de comunicación de masas en nuestra sociedad. Este rol cada vez tiene mayor importancia, debido sobre todo a como el público en general está cada vez más informado.

Los medios de comunicación tienen una tendencia al sensacionalismo, y a este respecto los hospitales son una buena fuente de información sobre problemas. No es difícil encontrar más de dos noticias por semana relacionadas con aspectos del funcionamiento del sistema de salud. Esto hace que el público esté mucho más sensibilizado, si no más excitado. A todo esto hay que sumar la faltade o mala educación. Los usuarios piensan que están dotados de muchos derechos y pocas obligaciones. No hay respeto por horarios, ni por citas, les da lo mismo quién esté esperando. Añadamos una falta de cultura sanitaria y el distanciamiento del mundo real del enfermo y del enfermar, que se ha sustituido por una educación sanitaria de ´titulares de periódicos´, deopinadores sin fundamentos y supuestos defensores de los derechos de consumidores y pacientes. No todas las exigencias se deben a momentos de ansiedad y tensión ante un mal propio o de un familiar.

Consultando con profesionales sanitarios de todas las categorías, así como con asociaciones hospitalarias, estamos de acuerdo en que la confianza, el respeto y la tolerancia son valores indispensables para el ejercicio de una profesión que requiere un trato personal tan directo como es la atención sanitaria; y estas actitudes deben prevalecer entre ambas partes. Si una de ellas no actúa en consecuencia, este equilibrio se pierde, rompiéndose a relación.

La ciudadanía exige mayor atención y, a veces, las esperas prolongadas generan impaciencia y nerviosismo. En otros casos el paciente presiona al médico solicitando servicios que no son necesarios o exige bajas laborales o la prescripción de medicamentos que no le corresponden. También puede que el usuario venga a la consulta después de informarse en Internet y cree tener el remedio a su dolencia, haciendo caso omiso al diagnóstico médico. Estas conductas llevan a infravalorar la actuación del sanitario y a obviar la consideración hacia los conocimientos y experiencia profesionales.

Lo más adecuado, si hay fallos por una u otra parte, profesional-paciente, es usar los medios establecidos para hacer llegar, a quien corresponda, la denuncia pertinente. Por último, destacar que la repercusión mediática de las agresiones al personal sanitario son cada vez más notorias, sin destacar las consecuencias jurídicas y penales para la persona agresora.