A las ocho voy a mi quiosco (casi una imagen de culto para los tiempos que corren) y ya está la encargada dándole al inglés. María Dolores asegura que lo escribe y lee pero que como habla tan deprisa, cuando sale le responden a la misma velocidad y no se jala una frase. A un amigo le ocurrió algo por el estilo. Cogía la palabra ante una nativa y, aunque ni ella ni él sabían lo que decía, era incapaz de callarse por lo que un día la mujer dejó de acudir se supone que al precisar asistencia.

Pero el frenesí no acaba; empieza ahí. A mediodía meto las llaves y escucho a alguien hablando a sus anchas. Digo para mis adentros: «Hay un hombre en casa». Y sí, es Vaughan. Este señor ha tomado con su curioso acento el cuarto de estar de la mano de profes que no paran de reproducir escenas inverosímiles con una serie de supuestos alumnos. El deleite de llegar harto de coles y encontrarse a Puccini, Mozart, Leonard Cohen o a Vinicius en La Fusa trasladándote a una atmósfera de bienestar que te cagas ha sido sustituido de pleno por la matraca del intensive english que te pones a hurgar y, cuando compruebas hasta dónde va la colección, se te viene a la mente marcar el teléfono de la Esperanza y te contienes no vaya a ser que alguien conteste «¿Yes?».

Cada vez hay más españolitos de 50/60 tacos p´arriba que se meten a pelear con molinos de viento. Aulas, cursos en el extranjero andan a reventar. Los prejubilados o así lo enmarcan en el deseo de estar activos, ocupar las horas y juran por lo más sagrado que es útil, entretenido y aprovechable aunque quienes les ronden insistan en que, a la hora de la verdad, no les servirá de nada. Parece coherente ponerse a la tarea para luego poder criticar la vergüenza de que ningún presidente monclovita sepa hablarlo. Claro que uno de los que lo domina y que podría gobernar es Pablo Iglesias. Ustedes sabrán.

¡Lo que nos cuesta llegar a hablar spanglish! Y todo para que de oirlo Chespir, no nos engañemos. Se pondría más nervioso que don Quijote en un parque eólico.