Siempre he tenido claro que la libertad de elección es uno de los mayores derechos que pueden tener las personas. Me refiero a la de elegir cómo llevar la vida propia y, por ende, lo que de sus consecuencias derivan. Uno de los principales es la posibilidad de abortar, una elección tan coartada durante los tiempos en que España se vestía de azul y en los que el Cara al Sol era el himno de cabecera patrio. Esos años en que la única opción para las mujeres, si el destino había querido que saliese cara en eso de tener una familia con recursos, era coger un avión y abortar en la liberal Francia, si salía cruz imaginen lo que tocaba... Ese oscurantismo marcó las vidas de miles de mujeres durante décadas. Hoy en día, 7 años después de que el Título II de la Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual diese algo de libertad, tenemos un espejo con el que valorar los resultados de la liberalización total del aborto. Se trata de Portugal, donde 10 años después de que se despenalizara el aborto hasta las diez semanas de gestación, el país vecino hace balance de una medida que, según datos oficiales, ha acabado con la mortalidad materna y está reduciendo progresivamente las interrupciones del embarazo. La cuestión de despenalizar el aborto, planteada a los ciudadanos el 11 de febrero de 2007, obtuvo el 59% de votos a favor y dio lugar a la Ley para la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVG), en vigor desde 2008. Una buena muestra de que no coartar la libertad hace que la vida gane terreno.