La peor dimisión es la que se cocina a fuego lento. La que se cuece poco a poco, durante semanas, meses, años... porque además de minar a quien se resiste, a quien se aferra al cargo a toda costa, desprestigia a las instituciones que dice representar. Nixon lo experimentó en sus propias carnes cuando unos periodistas destaparon a principios de los 70 el Watergate, un escándalo que se saldó años después con su dimisión. Y Pedro Antonio Sánchez, actual presidente de la región, lleva años experimentándolo. Desde que se destaparon las tres causas que tiene pendientes con la justicia (Auditorio, Púnica y Rambla de Nogalte), que se saldarán más pronto que tarde con su renuncia.

Pero hasta que ésta llegue, PAS seguirá arrastrando el nombre de Murcia por el fango de la corrupción nacional. Seguirá, con su empecinamiento, colocando el nombre de la región en el mapa de la indecencia política. Y todo para qué ...

Proclamar podrá su inocencia bajo la Olivera Gorda de Ricote donde el caudillo musulmán Ben Hud se coronó como rey. Actuar como si no pasara nada, aunque él y los que todavía lo rodean sepan que está amortizado políticamente. Mucho más después de que el TSJ haya decidido asumir la competencia para investigarlo dentro de las diligencias que se siguen por su particular Auditoriogate; o que una providencia que acaba de dictar el juez Eloy Velasco desvele que el instructor del 'caso Púnica' se propone actuar de manera inminente contra él. Podrá seguir insistiendo en que se trata de «meros problemas administrativos», cuando está siendo acusado de delitos de una extrema gravedad: malversación de caudales públicos, fraude, falsedad en documento público y prevaricación continuada.

Lo que no podrá PAS impedir es que su huida loca hacia ninguna parte sea percibida cada vez más como una anteposición de sus intereses personales a los de toda una región. O que esta obcecación y ceguera política no acaben en una retirada, quién sabe si deshonrosa. Con o sin pacto de por medio. Con o sin Ciudadanos. Una dimisión que no tendrá por qué anunciarse esta vez bajo la Olivera Gorda y milenaria, donde también dice la leyenda que se rindieron los mudéjares a las tropas del rey Jaime I. El cerco se va estrechando y ya nada sirve. Lo que menos, los espectáculos de adhesión al ´líder´ al uso, como el protagonizado el viernes por los compromisarios del PP.

Hace tanto tiempo que se veía venir que el Auditoriogate acabaría por estallarle al PP entre las manos que parece mentira que los ´populares´ se hayan dejado embaucar de esa manera. Si no fuera por la fragilidad endémica que presenta la oposición de izquierdas en la región, por la luchas internas que también la están minando, PAS no hubiera durado más de un telediario al frente del Gobierno regional ni de su partido; y eso, desde el momento mismo en que se destaparon los casos que arrastra. Y mira que se lo ha puesto fácil a sus adversarios con su atribulada vida política, ensombrecida por tantos escándalos, imputaciones y reimputaciones.

Que a estas alturas el PP siga manteniéndolo en el cargo sólo se explica por la concepción que la derecha tiene del poder y de la corrupción. Que el «Luis, sé fuerte» dirigido a Bárcenas no fulminara políticamente a Rajoy pone de manifiesto el grado de tolerancia ante al corrupción de que goza la derecha entre amplios sectores de la población. Unas encuestas en Francia le ponen número a esa insensibilidad. El 75% de los simpatizantes de izquierdas considera que la honestidad en política es una cualidad esencial, frente al 60% de simpatizantes de derechas. Que cada cual haga su propia encuesta en España y en la región y saque sus propias conclusiones. El PP la hizo en su día y le debieron salir los números. De ahí que Valcárcel se empecinara en apadrinar contra viento y marea a PAS. Y eso, cuando todo apuntaba a que este culebrón acabaría siendo la crónica de una dimisión anunciada.