Los lectores de esta columna, si los hubiera, saben que el autor evita, dentro de lo posible, las referencias culturetas y, sobre todo, cualquier asomo de pedantería, esto como modo de evitar uno de los pecados habituales del oficio, aunque incurra en todos los demás. Así que en este caso, en el que planteo una referencia histórica, me remitiré a algo tan vulgar como un programa concurso de televisión, Saber y ganar, que veo cada día en que el oficio me libera de almorzar con mis fuentecillas. Ayer mismo, le preguntaban a mi concursante favorita, una gallega deliciosa de nombre Fernanda, por las características de la construcción que impulsó Augusto en Itálica, y ella resolvió con mucha seguridad: un anfiteatro. Correcto, dijo el señor Cardenal, la voz del sabio que acompaña al incombustible Jordi Hurtado. Y añadió, para ilustrar a los espectadores, que tal anfiteatro disponía de un triple de capacidad en su aforo respecto a lo que constituía la población de la ciudad.

Es inevitable, aunque uno no lo pretenda, establecer una relación con la actualidad, es decir, con el Auditorio de Puerto Lumbreras. Resulta evidente que para la población de esta localidad era excesivo un patio de butacas de 1.400 personas. El Teatro Guerra de Lorca, la tercera ciudad de la región, dispone de cuatrocientos asientos que no siempre son ocupados.

Ahí está la clave. El Auditorio de Puerto Lumbreras es, antes que nada y por encima de las posteriores complicaciones que reflejan los titulares del caso judicial que lo contempla, un proyecto desmesurado, tal vez concebido en previsión de una dinámica urbanística que se percibía inacabable y que podría haber convertido a ese pueblo en una ´ciudad dormitorio´ de Lorca cada vez más reclamada: pisos más baratos que en la ciudad vecina, y a pocos minutos del destino laboral de sus ocupantes.

Es probable que PAS concibiera un centro cultural sobre el que pivotarían las localidades del Valle del Guadalentín y los pequeños núcleos urbanos aledaños pertenecientes a la provincia de Almería, dado que Puerto Lumbreras es zona de frontera. O quiso construir un espacio para acoger a una población que se duplicaría o triplicaría en pocos años. Esa errónea previsión dejó varada una infraestructura que sólo en costes de mantenimiento habría requerido, una vez concluida, unos recursos de los que una pequeña localidad como Puerto Lumbreras quizá no disponía. El fracaso del Auditorio residía ya en su original concepción. Lo propio habría sido la construcción de un teatro de 350 o 400 butacas, suficiente para atender una demanda cultural adecuada a la población.

No es dudoso que Augusto pudiera conducir a su anfiteatro de Itálica a más espectadores, según Saber y ganar, fuente a la que me remito, de la totalidad del censo ciudadano, pero cabe la duda de que PAS dispusiera de los mismos convincentes recursos de persuasión para completar un aforo tan desajustado a la demanda potencial.