Comida, gratísima, con viejos, permanentes y fieles amigos: Pepe Cervantes, Alfonso Arques, Pedro Ortega y un servidor de ustedes. ¡Cuánto teníamos que hablar! Nos reunimos a las dos de la tarde y terminamos a las seis. Pasado y presente desfilan por la revisión que vamos haciendo de nuestra vida. ¿Cómo calificar el tiempo que se fue? ¿Quién le dice al corazón y a la mente con qué recuerdos debe pactar y quedarse? En años como 2016 que mantuvieron el ahogante pulso frenético de una actualidad contradictoria, ¿con qué nos quedamos? Llevamos (algunos) heridas en el alma que nunca cicatrizan del todo. Duelen muchas injusticias que se han profundizado, duele la esperanza puesta en cumbres que se quedaron en nada, duelen los mensajes de odio (de miedo) al diferente que replican más allá de nuestras fronteras, duelen los más de tres mil muertos en el Mediterráneo.

En el año en el que nos hicimos conscientes de la mayor crisis de refugiados de la Historia, en el año del niño Aylan durmiendo para siempre en una playa, ¿cómo hacemos evaluación? Y, más allá de esto, ¿cómo empezamos? Sí, sé que también hubo tiempo para la esperanza organizada, para el cambio, para las nuevas voces y las nuevas visiones, para seguir luchando con la misma voz con la que empezamos a luchar para bailar por un fin del ébola en el que no pusimos mucho empeño. Pero, para quienes nos empeñamos en mirar más allá, en saltar nuestras fronteras físicas y mentales, ¿cómo empezar un nuevo año?

No deja de ser emocionante y, cuando menos, curiosa la capacidad que tiene el ser humano de relacionar una fecha concreta del calendario con un empezar de nuevo. Como si enero tuviese una especial magia o tuviese algo diferente al treinta y uno de diciembre o al dos de marzo, tenemos la percepción de que puede empezarse de nuevo, de que toca proyectar y programar y es entonces cuando nos preguntamos cómo empezar un año. Es quizá una percepción irreal, quién sabe, pero sin duda nos acompaña en ese tiempo en el que la resaca de la fiesta previa y los horarios trastocados ayudan a esa sensación de magia.

No sé cómo se evalúa un año tan complejo como este. Me tranquiliza que sigamos comenzando el nuevo, esa jornada mágica, celebrando el Día Internacional de la Paz. Quizá como un deseo inocente, como una esperanza colectiva. Ojalá como un compromiso con la justicia necesaria para construirla. Me consuela el comprobar que el Año de la Misericordia que puso en marcha el Papa Francisco ha calado hondo en mucha gente y ha habido reconciliaciones y perdones que parecían imposibles.

En definitiva, la gran esperanza está en las manos de Dios. Confiemos.

Él es Padre.

Un sueño en cada hogar

Si todos supiésemos mirar las ciudades y salir de nuestro entorno y vestirnos de compañeros y bajar a las casas donde el hambre y la miseria han entrado por las puertas estrechas a las escuelas para decir a los niños que son unos privilegiados por poder aprender y jugar; a las iglesias para quitar las costumbres caducas y acoger a los pobres y a los sencillos; a los hospitales para atender a cada enfermo sin ficha y sin prisa; a los parlamentos para entendernos unos a otros y dar informaciones objetivas; a los ricos satisfechos para abrir sus ojos cerrados; a los que malviven en barracas para malcomer con ellos; a las guerras sin sentido para poder enterrar las armas; a los emigrantes que piden comida porque ya no les llega para dar a los niños; a los rascacielos fríos como muros infranqueables; a los parados y sin esperanza para repartir nuestros sueldos; entonces quizás despertaría un sueño en cada hogar.