Releyendo a mi admirado Arturo Pérez-Reverte, en su espléndido artículo Lugares donde leí, obtengo nuevos argumentos para no comprarme nunca un e-book. A veces, uno recorre con la mirada su biblioteca, toma un ejemplar y, al abrirlo, descubre huellas del lugar donde lo leyó. Un libro no es sólo la historia que contiene; es también la memoria geográfica de tu vida. Entre las páginas de un libro electrónico nunca encontrarás un billete del metro de Barcelona que te recuerde aquella entrevista de trabajo tan decisiva en tu vida; ni, tampoco, el tícket del restaurante que, a modo de marca páginas, te hace rememorar la pasión por aquella historia que leías absorto mientras dabas vueltas con una cucharilla a un café; en la pantalla de un e-book nunca descubrirás las marcas dejadas por las gotas de lluvia que te sorprendieron cuando leías en la terraza de un café de París, junto a aquella mujer que ya no volverá. Son cicatrices en los libros, en el papel, que también son las heridas de nuestra propia vida.