A Pedro Sánchez le han dejado colgado de la brocha los barones y secretarios generales que él creyó le apoyaban. Pedro Sánchez presumiblemente acabará también haciendo lo propio con los cargos intermedios que le han respaldado para que presente su candidatura a las primarias. La política partidista es así de ingrata y traicionera. En ella, uno no se puede fiar de casi nadie, las fidelidades incondicionales son material de almoneda y, por lo general, están condicionadas al precio que pueda pagar el mejor postor.

Sánchez dijo que se iba a dar una vuelta por España a captar el enorme interés de las bases y pronto se encontrará con que son muy pocos los que están dispuestos a guardarle la silla. El ´no es no´ ha acabado por confirmar que un programa de tres palabras no es suficiente para inculcar la ilusión en un partido que necesita rearmarse políticamente con mayor urgencia que perseguir la vuelta del líder que lo dejó en la estacada.

El primero en irse al limbo fue Iceta, el catalán que le pedía a gritos que librase a España de Rajoy (¡Pedro, Pedro...!). ¿Quién le iba decir a Sánchez, por ejemplo, que Luena lo iba a abandonar? ¿No era el perrito faldero?

Pero ahora tampoco quieren saber nada de su candidatura la vasca Idoia Mendia y el castellano Luis Tudanca. Todos ellos, para salvar sus culos, parecen compartir el criterio de la Gestora de que lo primero que hay que atender en el PSOE es lo esencial. Pedro Sánchez, en cambio, representa lo accesorio. Sus ambiciones quedaron atrás desde el mismo momento en que decidió renunciar al escaño para iniciar su viaje sin retorno. Recuerden: compareció en una cafetería madrileña y explicó que su sueño socialista discurría en paralelo al de Podemos. Del sanchismo ya sólo queda el pedrismo.