Tal como somos, así vemos; y a su vez, lo que vemos nos hace como somos.

Así interpretó Luis Racionero una frase de Ralph W. Emerson que tomé prestada para encabezar algún proyecto. La segunda parte de la cita, «€lo que vemos nos hace como somos», es lo que hoy nos debe dar que pensar, vista la querencia ciega (cronificada) de esta Región por desnaturalizar, degradar o directamente destruir su patrimonio natural; y si surgen dudas, vean las hemerotecas: Mar Menor, Bahía de Portmán, terrenos de la Española del Zinc, recientes informes de calidad del aire, y un largo etcétera que no relaciono por falta de espacio.

De la mano de un modelo de desarrollo inmisericordemente ´turístico´ por el que han apostado los responsables socio-económicos y políticos de ayer y de hoy (como decían en la Warner), hemos asumido casi colectivamente, y desde hace tiempo, una especie de sentido de lo oportunista, ´lo fácil´, del beneficio cortoplacista, adquirido, asimilado (aprehendido) de aquella ´cultura del pelotazo´ inserta en los genes, en el ADN, de ese modelo ´político-turístico-inmobiliario´ que no admite réplica en la región por más que se haya mostrado ecológicamente insostenible, éticamente de dudosa justificación pues va acompañado de corruptelas y de manifiestas desigualdades (vean los últimos informes sobre la pobreza en la región) y estética y culturalmente inaceptable porque viene degradando el entorno y destruyendo el paisaje de manera progresiva y a menudo irreversible.

Llevados por esa ´cultura del pelotazo´, por ese sentido excluyentemente ´práctico´ de los resultados inmediatos sean cuales sean las consecuencias, es fácil entender cómo se ha ido desmontando o degradando además del medio natural, el ´medio ambiente´ socio-cultural, la idea del interés común, el sentido de lo público, etc.

Generalmente el buen arte o la poesía tratan precisamente de lo contrario, de ´lo que escapa´ a ese sentido tan utilitario, tan funcional, a veces tan escatológico, de ser, hacer o existir. Y así debería ser también en esta región. Pero no, ante estas desnaturalizaciones y degradaciones, ante la manipulación continuada y torticera que a diario nos lanzan desde sus medios afines sobre la validez del ´producto´ (por más que esté bastante ´jodido´ o lo sigan ´jodiendo´, como precisaría algún académico); o ante ese ´feismo´, ya crónico, de los pueblos y de lo que queda de paisaje, sobre todo de los más expuestos al modelo del que se alardea con tanta profusión mediática, una buena parte de la población ha estado como ´mirando hacia ninguna parte´ desde esa actitud aquí tan extendida de la máxima comodidad con la mínima implicación. Y puestos a repartir€ me pregunto dónde miraban, por ejemplo, los considerados estudiosos o ´guardianes´ de la estética, como la mayoría de arquitectos, urbanistas o paisajistas, los técnicos locales, autonómicos, responsables medioambientales, etc. Y en otro orden de cosas que posiblemente me afecte más ¿dónde miraban y miran hoy los artistas además de su ombligo o de sus ´carguicos´? aunque, bien es cierto, conozco no pocas honrosas y hermosas implicaciones.

El nivel cultural de una sociedad no se refleja sólo por la cantidad de ´artistas´ o de eventos programados (la mayoría poco más que ´ruido´ mediático y pasajero) sino también por su compromiso social y ambiental, por la imagen de sus espacios naturales, por el cuidado de sus espacios urbanos, de sus entornos, calles, comercios, patrimonio, etc. Y como patrimonio no debe entenderse sólo el arqueológico, al que parece se le presta cierta atención dado su indudable tirón turístico, sino también la riqueza, variedad y belleza medioambiental, entendiendo que lo que puede ser bello no sólo son los paisajes, los espacios naturales o sus formas, sino también los principios y valores que subyacen en ellos o se derivan de su atención y cuidado.

La cultura no tiene que adoptar políticas de sumiso seguidismo, de edulcorada representación o de mero adorno de la ´corte´; no puede limitarse a ser solo imagen ´culta´, ´enterada´ o decorativa de la sociedad del momento o de un estado interesado de cosas. La cultura puede y debe ser transformativa; desde la cultura en su más amplio sentido (no sólo el artístico) se pueden proponer otros horizontes e ideas que vayan más allá de la mediocridad-ambiente, induciendo otras formas de ver, de sentir, de valorar o actuar más deseables e imaginativas.

Mientras sigamos viendo el territorio únicamente con ojos meramente ´prácticos´ o depredadores; mientras sigamos considerando el mar como una gran letrina o poco más que fuente de recursos materiales o turísticos; mientras sigamos mirando nuestros paisajes como casuales acontecimientos ´pintorescos´, todas esas dejaciones, todos esos ´descuidos´, todas esas fechorías medioambientales se seguirán produciendo.

Junto al estudio y ´análisis´ de las aguas del Mar Menor, de la Bahía de Portmán, y del tristemente largo etcétera que todos conocemos, se debe reflexionar con espíritu crítico sobre cómo somos „«€lo que vemos nos hace como somos»„ y, por tanto, sobre la validez de los programas educativos, de los programas culturales, de las actitudes, ocultamientos, intereses y también comportamientos y hábitos de la población, pues empieza a resultar demasiado cómodo culpabilizar de todo a los políticos de turno cuando hemos sido y somos arte y parte, agentes y cómplices, por dejación u omisión, de estas degradaciones. Eso sería ir realmente a las causas para buscar soluciones y no sólo conformarnos con intentar paliar sus efectos. Si no cambiamos el modelo -el guión-, el escenario, los directores y también nuestra ´actitud´, la pantomima se seguirá representando una y otra vez de una u otra forma, aunque tal y como se ha estado tejiendo nuestra historia reciente, siempre habrá público (y estómagos) agradecidos.

Mi discutible sentido ´práctico´ me dice que probablemente no debería haber publicado esto, y menos sabiendo cómo se las suelen gastar unos y otros por muy buenas palabras que digan en público. Así que discúlpenme los que se hayan podido molestar, pero siento que una vez más han vuelto a venir a mentir y a defecar en mi territorio los mismos depredadores de siempre, con su misma corte de siempre, y, claro, me he cabreado, y es que además me estaba acordando de mi hermano.