Lamento decir que la seguridad total no existe. Es una entelequia, un imposible. Aunque con el tiempo la sinrazón yihadista se extinga en alguna forma que ahora no somos capaces de imaginar, siempre habrá algún foco enorme de tensión en el mundo.

No hace tanto tiempo que en nuestro país la violencia de ETA generaba un riesgo ahora desaparecido y sustituido por la barbarie de los del turbante. En las próximas décadas éste u otros motivos de tensión continuarán generando peligro en tanto existan, cosa que me temo que pasará siempre, situaciones, grupos, conflictos o guerras que azucen a alguna gente a llevar ante nuestras puertas el terror.

Tampoco podremos evitar de forma completa los desastres naturales. Las inundaciones en nuestra área mediterránea se seguirán produciendo, y aunque su probabilidad sea pequeña no habrá forma de evitarlas al cien por cien por la sencilla razón de que nuestras casas y nuestras infraestructuras han ocupado las zonas inundables.

De modo que no es posible vivir ajenos al peligro. No es viable organizar sistemas que garanticen la seguridad al cien por cien. Es utópico pensar que podremos conseguir formas de vida completamente seguras en las que sólo la enfermedad y la biología guíen nuestro tránsito de la vida a la muerte. Estaremos siempre en una situación de riesgo que probabilísticamente dependerá de lo desarrolladas que estén nuestras sociedades.

Sin embargo me gustaría terminar el año con un punto de vista más positivo. Piensen que, a pesar de los pesares, nosotros vivimos en un primer mundo con los más altos niveles de calidad de vida y seguridad colectiva que jamás se hubieran podido haber imaginado. Nuestro modo de vida forma parte de un hecho histórico inimaginable hace no más de medio siglo, con los avances en la infraestructuras, en sus sistemas de seguridad, en el control alimentario, en la sanidad€ Ventajas que, por cierto, compartimos con no más de otra tercera o cuarta parte de las personas que vivimos en este ancho mundo. En el resto del planeta, ya por no hablar de seguridad en el trasporte o seguridad alimentaria, casi ni se puede hablar de la existencia de alimentos o de trasportes. ¿Cuántas barcazas cargadas de pobres se hunden en mares lejanos durante trayectos locales? ¿cuántos mueren en inundaciones y tifones? ¿cuántos tercermundistas trenes repletos de gente se estrellan en países negros? ¿cuántos mueren en atentados locales que en nuestros medios de comunicación sólo merecen un pequeño suelto?

Nos tendremos que acostumbrar, entonces, a que de tanto en tanto haya lamentables hechos noticiosos que impliquen un verdadero golpe a nuestra tranquilidad colectiva. Psicológicamente nos afectará, mediáticamente protagonizarán el escenario, pero finalmente, si lo pensamos un poco, tendremos que reconocer que al menos nosotros somos afortunados por vivir en el mejor de los mundos, en el mejor de los momentos de la historia y en el modelo que, sin llegar a la utopía imposible de la seguridad total, más se acerca a lo razonable.