Cuando el pasado 25 de noviembre los medios ladraban el fallecimiento de Fidel Castro, un buen amigo escribía en Twitter lo siguiente: «Ahora sí que sí: se ha acabado el siglo XX». Es curioso cómo, 16 años después del temido ´Efecto 2000´, todavía vivimos -o vivíamos, si mi amigo anda en lo cierto- atrapados en los noventa, ochenta, setenta o incluso sesenta. Tal vez el comandante no fuera el mejor ejemplo, pues incluso su hermano duda de los aromas de la revolución del 53 y hasta los Big Mac´s han hecho su entrada en La Habana, pero el fallecimiento de George Michael -y antes de Bowie, Prince y Cohen- saca de nuevo a la palestra la vigencia del pasado siglo; al menos, en lo que se refiere al actual panorama musical. Para muchos, el grunge -nacido con el Bleach (1989) de Nirvana- es el último movimiento rock con entidad propia, una sentencia que tira por la borda posteriores intentos de renovación que, con mayor o menor acogida -nu metal, deatchcore, dubstep...-, han caído en saco roto para los más puristas entre los estudiosos de la historia musical de nuestro tiempo. Y es que -y esto ya es valoración mía-, el consumo masivo de artistas y álbumes -que tiene su máximo exponente en el adiós del CD en favor del MP3- ha convertido en obra del prehistórico la escucha reposada y degustación musical. Tal vez por ello, y la consecuente ausencia de referentes que esto supone, la muerte de los grandes de la música del siglo XX duele especialmente entre los melómanos, que suman al cariño por discos huérfanos el miedo ante un futuro musical incierto. Pero quizá el adiós de los grandes sirva para vislumbrar un nuevo futuro para la música actual, quizá sirva para deshacerse de esa pesada y brillante losa que componen Michael, Bowie, Prince o Cohen. Quizá sea el momento de despedir el siglo XX.