Las fiestas navideñas, por mucho que se empeñen algunos, tienen ese qué como de tristeza, de cierta añoranza, de ojos vidriosos que se reflejan en miles de luces que titilan con colores, en ajetreos, en perdóneme con las bolsas, en escaleras eléctricas, en qué pena que hoy no estés...

Tienen eso de buscar algo que estás convencido de que no va a ser lo que él/ella esperaba esta vez; tienen algo de agobio, de quién me manda a mí meterme en este embrollo, de si le gustará el paté, de que la niña se hizo vegana desde que se echó novio... La Navidad tiene un no sé qué de querer agradar que no tienen muchas fechas del año. ¿Y un buen libro? ¿Has pensado en un buen libro? Pero si él/ella solo piensa en internet... pues él/ella se lo pierde; sé de uno que le encantaría... Dime, dime el título... Tú calla y lee, sigue leyendo...

Estas fiestas cierran un año, cierran un ciclo; y es inevitable hacer repaso al fin de cada ciclo. Por eso la Navidad tiene un regusto de lo que ha sido, y de lo que pudo haber sido. Por eso cada Navidad nos marca el reto de lo que podremos ser, de los kilos que nos sobran, de los malos humos, de que antes del 10 de enero le/la invito a cenar... de tantos buenos propósitos... Tantos buenos propósitos...

La Navidad, como un cuadro de Genovés, está llena de abrazos. Y como un cuadro de Miró, está llena de estrellas, y de pájaros en la cabeza. La Navidad, como una mujer de Picasso, tiene una lágrima enorme.

Y es en esa lágrima donde se refleja el mundo, donde se refleja Cabo de Palos y nuestro Mar Menor, nuestra Lorca cruzada de grietas por un mal despertar que tuvo la Tierra, la Caravaca de peregrinos y perdones, y esa Gran Vía murciana que atravesó un día de parte a parte la ciudad. Las luces de colores bailan con repetitivos villancicos, con frases que ya nos salen solas de los labios, con el olor de castañas, con tratos que no hemos acabado de cerrar, con un frío que pela o con una canción en el coche en mitad del atasco que quizás nos recuerda otra Navidad. Y ya uno no sabe si beben o no beben los peces en el río, si eran presuntos los ratones que se colaron en el portal,... Uno ya no sabe.

La vida es un asunto urgente (me encantó el título del libro que un día me hizo leer una psicóloga). Y no hay fecha como la navideña para marcarse retos. Con sus virtudes. Y con sus ausencias. Fiesta, a menudo, de melancolía. Pues la melancolía no es otra cosa que la dicha de estar triste. Y eso no lo digo yo. Para ello está Google, para los que se empeñan en encontrar la cita.

Pero no es precisamente mi intención en estos días lanzar un mensaje de tristeza. Más bien al contrario: un deseo de dicha, ya sea melancólica o arrebatada, con las manos en los bolsillos o cargadas de bolsas, o de esperanzas, cargadas de trastos, de viejos recuerdos que recuperar o de lanzaderas de esperanzas, de proyectos o entrevistas... Con la vista hacia al frente o con la vista al pasado, da igual. Aprovechemos lo que esté de nuestro lado, mientras tintinean las orondas bolas que cuelgan de los árboles de plástico, mientras arden las castañas. Y si hace falta, emborrachémonos «de vino, de poesía o de virtud», lo que haga falta... Pero todo para ser dichosos, aunque sea a fuerza de melancolía para algunos cuantos. Quién sabe, quizá para la inmensa minoría; quizá sea eso, que no seamos más que una minoría, una alternativa que descubre paso a paso que es más inmensa cada día.

Posdata. Y mientras tanto. Ya saben. Desde La Opinión y laopiniondemurcia.es intentaremos caminar a tu lado. Es nuestro reto. Nuestros buenos propósitos para el nuevo año. De hecho, ya estamos escribiendo nuestra carta a los reyes magos. Y si es cierto que los reyes hasta el momento no nos han hecho todo el caso que quisiéramos, los magos sí parecen que están de nuestro lado. Al fin y al cabo, es Navidad.