El pasado domingo se convocó en Madrid una manifestación reivindicando mejoras en las condiciones de trabajo y una subida de los salarios. Fue un fracaso. Lo podemos achacar al frío o a que los sindicatos están desprestigados. A la desidia, al descreimiento general o a la posverdad, que es ahora un concepto baúl al que se pueden achacar resultados de referéndums, auges de partidos o interpretaciones de la realidad. No es que la gente no salga a la calle pidiendo más salarios, es que no salen aunque les paguen. Es más fácil que un padre de familia vaya a gritarle guapo a Cristiano Ronaldo a que salga a la calle a gritarle al Gobierno, el que sea, que vale ya de recortes.

Algunos creen que la crisis ha acabado, cuando en realidad es nuestra pobreza energética, nuestro pobre sueldo, nuestra cara luz, agua, comunidad e hipoteca lo que acaba de empezar para el resto de nuestros días. No es que uno se haya levantado pesimista, es que no se ha acostado. El pernicioso y siempre siniestro FMI aconseja revisar el IVA y los gastos en Sanidad y Educación. Donde dicen revisar quieren decir bajar y, ojo, para ellos la Sanidad y la Educación no son una inversión y sí un gasto. Hacía frío en Madrid y ni siquiera la Gran Vía peatonal albergaba muchedumbres. La tarde fue otro cantar. Mejor diríamos, otro comprar. Todo abierto. Capitalismo y Navidad en domingo, o sea, las tiendas abiertas de piernas y puertas pidiendo más.

No cabía un alfiler porque hasta los alfileres quieren entrar en el Primark y los grandes almacenes de toda la vida, incluso en la Casa del Libro y la Fnac. Por vender se venden hasta libros. La gente se echa a la calle y más gente nos echamos a esas calles sólo por pensar que vamos a ver a más gente que de costumbre. Además hay luces, que ya se sabe que atraen al personal, que ve en ellas quizá la antítesis de su oscuridad vital. O sin metáforas cursis: la ciudad está alegre, gastosa y simpaticona y sus habitantes salen a disfrutarla. No piden más salario, piden más luces, más churros, más chocolates y un detallito o un algo. La elegancia social del regalo se impone a la elegancia ética de protestar. Turrón de chocolate para todos, carajo.