Cumpliendo con la tradición y la costumbre, a petición luminosa de los ojos de Marta, Daniela y Luisa, hemos rescatado el belén que cumple ya tres generaciones y que se guarda durante el año, a la murciana, en el fondo del arca de madera de morera. Luce ya en el hogar donde se nos vuelve a contar la historia hermosa de un Niño pobre nacido en un pesebre. Los personajes del belén primigenio, allá en Nápoles, reflejaban la vida cotidiana y vocinglera de una ciudad, pobre también en aquel tiempo.

Las figurillas de nuestro belén, cuando se rescataron de sus moldes, hace ya sesenta años, vestían a la manera de una época fría; eran también un retrato de la sociedad; los pastores eran como nuestras gentes del pan nuestro de cada día; todos usábamos esa prenda esencial que nos cubre y trata de darnos calor en la boca frágil. La bufanda es un signo de determinada necesidad. Los artesanos del belén de hoy, aquí, no la usan; pero el Belén viene a recordarnos que el verdadero, al que ahora se parece este de barro y tierra, es a aquel otro que se vive lejos, con niños muriendo, con seres humanos al borde del máximo sufrimiento. Belén es Alepo y otras ciudades convulsionadas o destruidas por la guerra. El belén sobre la mesa es una muestra de esperanza que hoy más que nunca es necesaria.

En el belén se hila la lana, se teje la bufanda que debiera proteger de todos los fríos y los desamparos de este siglo XXI desalmado. Debiera ser la constancia de la injusticia de los hombres que no tienen en cuenta ni los exilios ni las calamidades de los pueblos. El belén de hoy, aún nuestra romántica representación, es un belén vivo en trance de muerte y desesperación. La venida del Niño cristiano debiera redimirnos antes que del pecado, de la pobreza y el olvido.

En los corrales de las siniestradas zonas en guerra no canta el gallo, ni pavonea el pavo, ni los ríos llevan aguas de plata con patos insumergibles. La estrella que colgamos sobre las pirámides de cartón para guiar a los Magos avisados debiera cambiar el rumbo y llevarnos a tender la mano, sin mirra, sin oro y sin incienso, a los masacrados por una violencia sin sentido. Que nuestro belén tradicional y nuestro villancico que lo acompaña tenga el carácter de denuncia que le es intrínseco a su esencia. Y que llegue la paz, todas las paces, y que sigan existiendo los hombres de buena voluntad.