Después de callejear por el viejo casco de Moratalla a media mañana, con el frescor de aquellas tierras metido en la cara, pasar un buen rato allí arriba, con el pueblo a tus pies y participando en las conversaciones de la parroquia local, aquel día sobre el año en el que abrieron uno de los ventanucos de la iglesia, y con arranques de la más pura ironía murciana que nos hacían reír a carcajadas a toda la plaza entre miradas cómplices los consejos de Jesualdo Martínez-Oliva, moratallero de pro, amante de vivir bien con lo que tienes a mano, y hacerlo con estilo y garbo, nos llevaron a La Pastora, arriba, en Casa Cristo.

Una subida digna de final para romper la carrera en el Tour de Francia, con un paisaje de montaña suiza que embriaga desde las primeras curvas, llegar hasta el techo de Moratalla se hace como mecido en una atracción de feria diseñada para la contemplación y el relax. Las rampas dobladas entre enormes pinos atraviesan dos o tres valles de bosque cerrado en el que la luz de sol acaricia. Casi que se puede llegar dormido pero con los ojos abiertos, como decía Calamaro que soñaba las cosas. Y es que arriba estás de repente como en una atalaya de los dioses.

Desde allí puede verse todo el Noroeste de la Región de Murcia. Señalar todo el horizonte con el brazo te hace sentir en otro siglo. La ermita de Casa Cristo es el final de varios caminos. De hecho, varios grupos de senderistas perfectamente equipados, algunos cazadores y otros urbanitas venidos con botines y zapatos de ciudad confluyen en el aparcamiento, antes de dejarse atrapar por La Pastora, un restaurante coqueto, abierto a la luz de aquel precioso lugar en lo más alto del municipio más alto de la Región de Murcia.

Una comida para volver todos los años, al menos, una vez en cada estación. Ésa fue la promesa que vamos a cumplir. Una promesa que hicimos juramento de dioses cuando, después de unas excelentes migas en sartén y un par de vinos de la tierra, probamos los buñuelos con los que La Pastora te despide cada vez. Un manjar de dioses, la excelencia del buñuelo, por textura, sabor, temperatura, momento, lugar, compañía y por sorpresa, supongo, también. Un buñuelo sin rival. Un buñuelo que se toma en el cielo. Un buñuelo para escribir un artículo por él y para él. Un buñuelo que hay que probar una vez en la vida.

¿Has estado en el techo de Moratalla? Vale.