Andan los ministros estos días lanzando al aire su particular carta a los Reyes Magos al presentar sus buenos propósitos plasmados en los presupuestos para el próximo año, que esbozan lanzando promesas a expensas de recibir el visto bueno de sus socios y rivales parlamentarios. Aun sabiendo que muchas de estas promesas no se cumplirán, debo reconocer que todavía me sorprendo cuando algún ministro se aventura, de nuevo, en la ya manida pero no trabajada senda de la lucha por conciliar vida familiar y laboral. Esta vez ha sido la ministra de Empleo, Fátima Báñez, que propuso este lunes en el Congreso un pacto político y social para que la jornada laboral acabe a las seis de la tarde. No dio más detalles de cómo pretende hacerlo, sólo aseguró que «alguno tiene que dar el primer paso y por eso pido el compromiso de las empresas más grandes y de las asociaciones empresariales y sindicales». Como declaración de intenciones no está mal, pero otra cosa es meterse en harina y comenzar a dar forma a un proyecto y una aspiración tan demandada por la sociedad y que nuestros políticos y empresarios se han empeñado en obviar. Eso, pese a que la introducción de la mujer en el mundo laboral ha puesto sobre la mesa la necesidad de avanzar en la conciliación si queremos que la natalidad no siga cayendo y que la familia no se hunda asfixiada por el yugo del desarrollo profesional. Conciliar familia y trabajo no se debería ser un privilegio sino un derecho, pero, y hablo desde la experiencia, esta meta está muy lejos de alcanzarse. No, en cualquier caso, si no pasamos de las palabras a los hechos. Adelante.