Apareció con su cabeza pelona pero tapizada ya de una pujante pelusa azabache. Como esos cactus del desierto, verdor recubierto de pelaje blanquecino, bellos en su aspereza contundente. Sí: bella como un cactus tenaz, como una mujer vestida de rojo. Así apareció Marta García ante las cámaras de 7TV, nuestra televisión pública: calva y tenaz y de rojo y guapa.

Marta afirma con sonrisa tan inocente como irrebatible que se habría sentido incómoda con la peluca: «Con peluca me sentía disfrazada». Y así se plantó ante las cámaras: sin peluca, a calva gentil. Las mujeres guapas son más guapas sin maquillaje, a cara gentil: con sus granos y sus arrugas. Ahora, con tintes y alhajas y complementos, somos todos fakes. Menos Marta. Marta se negó a disfrazarse. Marta salió de Marta.

Marta salió con su tonsura y su rostro radiante de quien sale al fin de una mala gripe. Una tonsura que no es más que el arañazo en la batalla; un arañazo efímero en una batalla que no hay por qué ocultar.

Marta no pretendía traficar morbosamente con la enfermedad. No pretendía impartir ninguna lección. No era el Christopher Hitchens que ofreció entrevistas luciendo su deterioro físico; que incluso relató en artículos de Vanity Fair, bajo el epígrafe de Trópico de Cáncer, el tortuoso proceso de la enfermedad. Nada en Marta suscitaba compasión. Nada en ella traslucía enfermedad. Excepto esa calva quimioterapéutica. Esa calva que Marta lució con tal desparpajo que más bien parecía una émula de Sinéad O´Connor, la cantante irlandesa que lucía, en característico look, un rapado integral. Es muy posible que, tras ver a Marta, más de una corra a meterse la máquina. O, al menos, es muy posible que a partir de ahora la calva quimioterapéutica deje de ser un tabú en televisión. Y en la calle. Y Marta será la responsable de la caída del tabú.

A mi sobrina, un ángel de doce años a la sazón, le atosigaba la cuestión de la calvicie de su madre. Desde el comienzo del tratamiento le preguntaba insistentemente si se le caería el pelo. «No es natural que a tu madre se le caiga el pelo y se quede calva», escribió mi hermana en un librito donde relató su experiencia. «No es posible», afirma comprensiva, «que una niña con doce años lo vea como algo natural; ni ella ni nadie». Mi sobrina se armó de valor y un día le confesó a su madre que no quería verla sin pelo. No sabía cómo podría reaccionar ante la visión.

La calvicie de su madre la atormentaba. Mi hermana llevaba siempre la peluca o los gorros que usaba para dormir cuando la niña estaba en casa. Un día, durante un baño compartido, la niña le levantó el gorro dos centímetros y, al ver que no aparecía el más mínimo resquicio de cabello, lo volvió a bajar de golpe. «Tranquila», le explicó su madre, «que no quieras verme sin pelo no significa que me quieras menos». Unas semanas después, mi sobrina le propuso un juego a su madre: le tocaría la cabeza con los ojos cerrados. Le resultó curioso pasar las manos por la bola de billar que era la cabeza de mi hermana. Aquel juego se repitió varias noches; la niña acariciaba la calvorota impecable de su madre entre risas de ambas. Volvió a ser en la bañera cuando la niña se vio atormentada por el fantasma de la calva. «No sé si quiero verte», dijo a su madre. «Por un lado, sí quiero», confesó, «pero, por otro, me da miedo». Pero se atrevió. «Mamá, ¡estás guapísima!», exclamó. Llegó a decirle que estaba más guapa que con pelo. Ya saben: amor de hija. Esa noche se hicieron fotos con la esplendorosa calva de mi hermana y la sonrisa de mi sobrina como actores principales.

Cuando, esa noche, los padres y hermanos recibimos los whatsapps con aquellas fotos, supimos que era un punto sin retorno: el punto donde un temor y un tabú acababan de caer.

Marta se ha quitado la peluca delante de todos nosotros para que nuestro miedo y nuestro tabú, como el de mi sobrina durante aquel baño con su madre, caigan definitivamente. El gesto de Marta viene a decir que una calva no significa más que la lucha que se libra contra un puñado de células podridas y cabronas. Y que en la expresión de «lucha contra una grave enfermedad» lo importante es la lucha, no la enfermedad. Porque solo luchan los vivos y los fuertes. Y Marta apareció muy viva, muy joven, muy calva y muy guapa.